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7 de mayo de 2020

Invisibles pero esenciales

Vigilan, limpian o suministran comida. Más allá de los sanitarios, hay otros profesionales en primera línea aunque a veces pasen desapercibidos. Cada uno resulta vital para la sociedad.

El personal sanitario se ha llevado todo el reconocimiento que en un contexto normal no está acostumbrado a recibir. Lo ha hecho con todo merecimiento y el aplauso de una sociedad agradecida. En todo caso, no solo estos trabajadores están peleando contra el coronavirus en primera línea. Hay otros perfiles que luchan y lo hacen, además, en situaciones precarias. Son muchas las otras profesiones que también han estado al pie del cañón durante el confinamiento total. Cuando la mayoría de la sociedad permanecía en casa, ellos doblaban sus esfuerzos. Su función no consiste en salvar vidas en los hospitales, pero sí en lograr que los ciudadanos puedan sobrellevar este estado de alarma con una relativa tranquilidad y normalidad. Resulta contradictorio pero, en silencio, han alzado la voz. El estado del bienestar solo tiene sentido si ellos están presentes. Reclaman una mayor visibilidad y lo cierto es que ese reconocimiento también les llega, en forma de comentarios o de gestos gratos o sentidos.

Repartidores a domicilio, vigilantes de seguridad, empleados de supermercados, jardineros, trabajadores del mantenimiento, conserjes… una larga lista de profesionales que han dignificado su trabajo día a día y lo siguen haciendo. Quizás esta crisis del coronavirus sirva para que el foco sobre ellos vire o al menos se reconduzca. Invisibles pero imprescindibles, así son ellos. Pequeños engranajes que permiten que el reloj de la sociedad nunca haya dejado de funcionar, a pesar de transitar por horas gravísimas. 

«Apenas tengo contacto con otras personas» Damián reconoce haber pasado algo de miedo aunque su empleo, en las calles desiertas cerca del faro de Salou, permite mantener el distanciamiento social sin muchas dificultades. «No he parado ningún día, lo he vivido todo», explica Damián Umbert, jardinero y empleado de mantenimiento vial de la Fundación Àuria en Salou. Y eso que él mismo, al principio, no lo tenía tan claro. «Yo no veía que mi trabajo fuera esencial, pero ahora sí, nuestra labor psicológicamente es importante. El vecino no quiere ver descuidado un jardín, unas ramas, las hierbas de una rotonda… Es importante mantener el paisaje porque eso provoca un efecto gratificante». 

Damián suele moverse por el cabo de Salou, desbrozando rotondas y conduciendo un camión de limpieza, echando lejía disuelta en agua, una labor vital para la desinfección de espacios públicos. «Siempre trabajábamos cuatro personas juntas pero nos quedamos dos durante varias semanas, y ahora empezarán a volver en esta desescalada», explica Umbert, convertido en un observador predilecto: «Todo fue muy extraño, sobre todo al principio pero uno se acostumbra a no ver coches pasar ni gente en las calles o en las ramblas pero siempre ves a algunos circular varias veces. Siempre son los mismos los que se saltan el confinamiento».  La distancia de seguridad fue norma desde el primer momento, así como toda la protección pertinente. «Al principio sí pasé miedo, y aún hoy intento no ver muchas informaciones», reconoce, agradecido por ese privilegio de haber podido continuar al pie del cañón: «Poco antes de estar de jardinero trabajaba en una empresa de electrodomésticos que ahora seguramente estará cerrada, así que puedo decir que he tenido fortuna con el cambio y que agradezco haber podido seguir trabajando». 

«Me siento seguro» José Ariza dice que no teme al contagio en su día a día: «Llevo un buen EPI y tomo las precauciones adecuadas». «Me he sentido más necesario. A lo mejor en otros momentos puedes caer en algo de rutina o monotonía, pero esto me ha servido para ver que hago un trabajo importante», explica José Ariza, conserje de la empresa Aquaserveis en la urbanización La Caleta, de Salou. Desde el decreto de alarma, no ha faltado ni un día a su trabajo en una soledad extrema, prácticamente él solo en una comunidad con una rutina casi monacal. «Se hace raro no saludar a nadie, no ver al vecino yendo a por el pan…», confiesa. El conserje ha dejado de ser el perfil de empleado en la portería para convertirse en un todoterreno de los servicios, desde guardar las llaves de casa a recoger la bombona del gas o cambiar una luz.

«De trabajar tantos años en un mismo sitio coges aprecio a los vecinos, conoces su personalidad, ves gente que muere, que nace, y llegas a ser su confidente», explica. De ahí que haya asumido su labor de estas semanas con la «responsabilidad adquirida» de quien debe proteger a los que le rodean. «Hacemos una labor más importante de limpieza. Hemos intensificado la higiene», cuenta Ariza, ataviado con los EPI oportunos y con productos de desinfección más potentes que de costumbre. «Limpiamos con más cuidado los pasamanos, las botoneras, las zonas de más paso… La limpieza es más exahustiva y un poco más técnica», aclara. Barandillas o tiradores de las puertas son acicalados con esmero en una tarea pormenorizada que se ve elogiada: «Los vecinos me dicen: ‘¡Menos mal que estás tú aquí!. Sienten que, de alguna manera, estoy cuidando de ellos». 

«Te pones en la piel de las familias» Narcís Besos recalca el cambio que han sufrido los tanatorios y la manera de decir adiós a los fallecidos. Narcís Besos es uno de esos muchos vigilantes de seguridad que han estado en primera línea en la pandemia del coronavirus. Lo ha hecho para proteger y permitir trabajar con tranquilidad. Su trabajo ha sido clave en los dos escenarios en los que ha tenido que vivir el caos silencioso que ha desatado este virus. La Funeraria de Reus y el Hospital Joan XXIII han sido los dos contextos en los que Narcís está viviendo el coronavirs en primera persona.

Besos tiene claro que su trabajo no se ha valorado ni durante estas semanas ni en un contexto de normalidad y no duda en denunciarlo: «No se ha valorado el trabajo de un vigilante de seguridad. Nunca se hace. Siempre hemos estado al pie del cañón». A lo que añade: «El gobierno habla de pagarles a los sanitarios una nomina extra y a los vigilantes no nos pagan ni un plus de peligrosidad, cuando nos jugamos el físico y la salud». Los días de guardia en el hospital han sido duros, ya que ha sido testigo de los males que ha causado el coronavirus: «Tenemos menos trabajo porque hay menos afluencia de gente, pero te das cuenta que la gente está mal informada. Se piensan que solo afecta a gente mayor y yo he visto a personas de mi edad no salir y eso duele». En la funeraria también ha podido comprobar el dolor que ha causado el coronavirus en cientos de familia: «Ha sido complicado ver el tanatorio vacío sin ningún familiar. Es complicado porque te pones en la piel de las familias y que no se puedan despedir es duro». 

«Llevé una pizza a un camionero y me sentí orgulloso» «Para cubrir los gastos» Alberto dice que el envío a domicilio sirve «para cubrir los gastos y al menos evita que generemos deuda». A Alberto Díez el encargo desde el polígono de Constantí a las once de la noche le pilló con exceso de trabajo en Pizza Imperial, cocinando y preparando los pedidos. Por eso lo rechazó en un primer momento y siguió trabajando.

«No estaba tranquilo. Me quedé pensando en que sería un camionero que había llegado de algún sitio a ese polígono después de conducir muchas horas, que no tendría nada para cenar… Le devolví la llamada, acepté el encargo y le llevamos la pizza. En ese momento me sentí orgulloso, pensé en lo esencial de dar servicio a una persona que está sin comer. Ya no lo haces por ganar dinero sino porque sientes que debes hacerlo», explica Alberto, gerente de esta pizzería en Tarragona que hace también de rider, uno de esos perfiles a veces invisibles pero fundamentales. «Conducir la moto por Tarragona es una sensación muy rara, con la ciudad semidesierta. Se va muy cómodo pero todo es muy extraño. Es como si fueran las once de la noche pero a todas horas», explica Alberto, que ha querido aportar su granito de arena. «Hemos llevado pizzas en agradecimiento a cuerpos de seguridad como la urbana, por ejemplo», explica él, esmerado en los detalles. «Siempre pones algún mensaje dando las gracias o animando a quien te hace un encargo. Se ha tejido una complicidad que antes no se tenía con el cliente», cuenta.

Alberto reconoce no pasar miedo pese a estar expuesto a esa movilidad constante y a esas visitas a los domicilios. «Sientes respeto por la situación pero intentas ser precavido. Hay una parte de distanciamiento social que ya tenemos incorporado, ya es algo instintivo, de que pase alguien y le mires con recelo», asume. A eso añaden todas las precauciones adoptadas como repartidor: guantes, mascarillas, lociones de gel y alcohol, desinfección de datáfonos tras cada uso y también de las motos. «Tenemos la opción de entrega sin contacto si el cliente lo desea. A veces le dejamos el pedido en el ascensor y lo recoge arriba en el rellano o se lo dejas delante de la puerta y llamas al timbre. Tú también te intentas autoproteger», cuenta Alberto. Todo ello, en conjunto, con una tendencia que se ha acrecentado: «Muy pocos pagan en efectivo y, si lo hacen, billetes y monedas se desinfectan por la noche. Muchas veces el pago se hace por plataforma y ni siquiera hace falta datáfono».

«Los supermercados salimos reforzados» La nueva normalidad en los supermercados Mamparas, guantes, mascarillas... todos estos elementos van a pasar formar parte del decorado de los supermercados de manera prolongada. Fuensanta Moreno es el perfil que refleja a la perfección la labor de todos los trabajadores de superemercados. Siguen en primera línea y nunca lo han dejado de estar. Ni ahora con el coronavirus más controlado, ni antes cuando este virus cambió radicalmemente el ritmo vital de la sociedad. En tiempos de miedo y respeto, han demostrado que su importancia para la sociedad nunca debería quedar en entredicho. 

Fuensanta es jefa de tienda del Consum de Miami Platja. Para ella trabajar en un supermercado es algo más en su vida. Lleva desde los 16 años en ello y la experiencia acumulada le ha servido para afrontar este delicado contexto con entereza. Pese a ello, las dudas al principio de todo eran imponentes. «Al principio no sabíamos como reaccionar al ser una cosa diferente. No te voy a decir que sentía miedo, pero sí incertidumbre al no saber que no podía pasar. Por suerte, la empresa rápidamente nos protegió con material y medidas de seguridad», explica. El hecho de ocupar un alto cargo en la tienda también le ha obligado a ofrecer una versión decidida ante sus compañeros: «No puedo estar mal, tengo que estar al pie del cañón y transmitirle calma a mis compañeros».

Para Fuensanta, los supermercados y el personal que trabaja en ellos ha demostrado que su importancia en la sociedad es elevado. Han estado en primera línea desde el primer día de coronavirus y van a estar hasta el último. «Los supermercados salimos reforzados. Todo cliente que ha venido nos ha dad las gracias por estar aquí al pie del cañón y permitir el abastecimiento», resalta la trabajadora de Consum. Por último, cree que las nuevas normas de seguridad e higiénicas han llegado para quedarse en nuestra nueva normalidad. «Intentamos que la gente vea las nuevas medidas como algo cotidiano, pero a la normalidad antigua no volveremos más».

FUENTE: www.diaridetarragona.com AQUÍ

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