Cae la noche sobre la Alhambra. La temperatura puede ser de diez grados menos que ahí abajo, en la caldera de asfalto de la ciudad. Llega Layla, la responsable de seguridad de la Alhambra, con Lydia. Nos da nuestras acreditaciones y nos dice que lo primero que hay que hacer es «un acompañamiento». Se trata de guiar esta noche a los participantes en una de las actividades organizadas por el Patronato de la Alhambra y el Generalife. Son treinta personas que van a subir a la Silla del Moro a ver las estrellas. La actividad, que es gratuita, es un éxito. El acompañamiento consiste en un coche de seguridad de la Alhambra que va detrás del grupo y les ilumina el recorrido de la pista que lleva a la Silla del Moro. Una vez en el lugar, se desarrolla la actividad hasta medianoche y, cuando termina, se desanda el camino de igual forma.
El siguiente punto de la ruta por el perímetro de la Alhambra y el Generalife son los miradores, el del cerro de los Quijones y el de las Columnas. «Son puntos conflictivos, porque pertenecen al Patronato y hay minibotellones». Dicho y hecho, paramos en el primero de ellos, en una de las curvas del nuevo acceso a la Alhambra, y media docena de grupos departen ante una vista tan fabulosa como desconocida de la ciudad, la que une el barrio del Zaidín con la Vega y los pueblos serranos metropolitanos. La noche es cálida y hay peña que se ha llevado McMenús. Beben bebidas de esas con burbujas y tres chicas con camisetas que dicen que son monitoras se han traído una litrona que, Lydia mediante, no se abrirá esta noche, al menos en este lugar.
-Hasta luego, chiquis, se despide Lydia
-Hasta luego, guapa, dicen ellas.
A partir de aquí hay que ir al mirador de las Columnas, desconocido por muchos granadinos y no digamos por los turistas. «Los problemas que más tememos son los grafitis». Pero de momento, no hay pintura en estas paredes.
El recorrido con el vehículo de la Alhambra prosigue ahora por pistas flanqueadas de olivos bajo las estrellas. Podría ser romántico, pero no es más que trabajo. Se trata ahora de seguir la ronda por el Carmen de Bella Vista, uno más propiedad del Patronato, que por su parte trasera tiene un murete junto a las pistas de tierra y los olivos que puede ser fácil de trepar. La fachada principal de este Carmen de Bella Vista está frente al de las Mimbres, entre las taquillas y la Cuesta de los Chinos. Es lo que tiene el Patronato de la Alhambra y el Generalife, que se extiende por la Acequia Real hasta la Cuesta Gomérez, por la presa de Jesús del Valle y la Dehesa del Generalife, por los miradores y los palacios nazaríes, por el Hotel Reúma y el bosque central, por Torres Bermejas y el Llano de la Perdiz. Y todo hay que mantenerlo en orden, seguro, en custodia.
Una vez asegurada esta zona del perímetro, una hora antes de la medianoche, hay que controla el bosque central de la Alhambra. Es una ruta linterna en mano, «porque bajo el paño de la muralla nos montan tiendas de campaña. Y las levantamos». «El otro día, aquí en el bosque central, una persona de nacionalidad china con una tienda iglú muy pequeñita nos hizo el apalanque. Y le pedimos que se fuera. Y el tipo se fue, claro está». «También, como tenemos muchas cámaras de seguridad, en cuanto vemos a alguno con una mochila grande le hacemos seguimiento. No falla. Siempre vienen con ganas de dormir a la vera de la Alhambra, pero los pillamos siempre». Explican cómo aciertan tan rápido. Para ello, se llevan entonces la mano al llavín, del que cuelgan como treinta llaves y ganzúas.
-¿Para qué?
-Para que no tintineeen, para que no hagan ruido. Así no nos escuchan y nosotros escuchamos todo. Se refiere a detectar la presencia de personas en el interior del bosque o donde sea de toda la zona que cubre el Patronato. Incluso, dentro de los propios palacios nazaríes. «Nosotros estamos en nuestro trabajo, que es nuestra casa. Tú por la noche, cuando vas por ejemplo al baño, ni siquiera enciendes la luz. A nosotros nos sucede algo parecido. Vamos por la Alhambra de noche sin hacer ruido y sin encender las linternas. Así vemos y escuchamos y no nos ven y no nos oyen. Y si alguien quiere saltarse las normas, lo pillamos. Fijo».
Llegamos a la Puerta de la Justicia. Y Lydia recuerda el bombazo de ETA, «justo un año antes de que yo empezara a trabajar aquí». En efecto, fue un miércoles día 10 de julio de 1996 y el lugar era la Puerta de la Justicia. Es lo que tiene la Alhambra, que es un punto de resonancia global, por lo que la seguridad está acorde a esta importancia. Entonces es cuando se aprende que la seguridad integral de la Alhambra es una vigilancia con un alto grado de disuasión, de forma que siempre hay patrullas dando vueltas, siempre hay vigilantes que responden a las preguntas de los turistas más perdidos, profesionales que cuidan la Alhambra de noche para todos.
Ahora, toca vigilar el Torreón del Pretorio, encaramado sobre la ladera que va de la Puerta de las Granadas, en la Cuesta Gomérez, hacia Torres Bermejas. «Ahí tenemos miedo que se nos cuelan trepando desde abajo o saltando desde arriba y se descalabren. Mira que tenemos un seguro, pero por si acaso...». Una vez comprobado el Torreón del Pretorio desde abajo, el vehículo de seguridad va hacia Torres Bermejas no sin prestar atención al carmen de los Catalanes o de Peña Partida, que también es propiedad del Patronato. «Esto lo vigilamos también con cuidado, porque se cuelan a acampar, a minibotellones, a...», y se calla con un gesto pícaro. También vigilan la Cuesta de las Cruces, que va en paralelo y finalmente para en Torres Bermejas para observar el Torreón del Pretorio desde arriba y asegurar que no tiene inquilinos. Esta parte de la ronda termina en el Carmen de los Mártires, «no vaya a ser que alguno se haya quedado encerrrado», y se mueren de risa, «que no sería la primera vez». Y de ahí se hacen la Cuesta de los Chinos. Esto es un no parar.
Ahora, retomamos la pista que va hacia la Silla del Moro para hacer todo el perímetro de la Dehesa del Generalife. Primero hay que ver el túnel del que se abastece a la Alhambra de agua, que viene de Jesús del Valle. Y, claro, todos empiezan a hablar de los incendios: «En el último, la primera acometida fuimos nosotros. El 112 llama a nuestro centro de control, contactan y nos van diciendo. Y como ya estamos en el lugar hacemos la primera actuación, damos agua y abrimos todas las cancelas y pasos de inmediato para que los vehículos entren sin problemas». Luego llegamos al Aljibe de la Lluvia, y vemos dos piedras pintadas de colorines. Grafitis, haberlos, haylos. Ahora, otra verja nos lleva a la Alberca Rota. Desde aquí se ve la Abadía del Sacromonte, que queda abajo. «Es un privilegio», resume Layla. En esta zona de la Alberca Rota y el Aljibe de la lluvia, por los caminos y explanadas, los problemas ocurren con la gente que quiere hacer acampadas. Y también barbacoas. Es hora de bajar de nuevo.
Entramos en la zona que se llama Nuevos Museos, donde están todos los talleres de mantenimiento del Patronato, los vestuarios, la sala de control y las cocheras del parque móvil. De ahí, magia, Lydia saca unas ganzúas de tres palmos, abre una puerta, y entramos directamente en el Generalife. Todavía hay luz, porque en verano aguanta hasta las cuatro de la mañana. La ronda en el Generalife es un lujo. Además de jardines y el palacio, bajan por las huertas y llegan hasta la Cuesta de los Chinos, «que por ahí también nos saltan una barbaridad, y hay que despejarlos». Cruzamos el puente que une el Generalife con los palacios nazaríes. Otra vez, una puerta que se abre. Caminamos sin linternas por los palacios.
Aparecen los jardines del Partal y Miguel, el vigilante que se ha sumado al recorrido, cuenta lo que le sucedió el primer día de trabajo, allá en 1987, que ejemplifica el cambio en la seguridad en la Alhambra: «Estaba aquí mismo y escuché un barullo, me asomé al estanque y me encontré a medio centenar de personas bañándose de noche, algunas en cueros. Fui a apercibirles y me pidieron fuego para encenderse un porro». Pues sí, cambiar, sí que ha cambiado.