Las historias que nos acercan a los vigilantes de seguridad que nos acompañan en Poniendo las Calles. En COPE tenemos un compromiso con nuestros oyentes y muchos de los ponedores de 'Poniendo las Calles' se dedican a esta profesión.
Dicen que por la noche todos los gatos son pardos... Esto lo saben muy bien los protagonistas de este jueves en 'Poniendo las Calles'. Este 26 de enero se lo hemos dedicado a los vigilantes de seguridad que ayudan a mantener la paz y que cada jornada se enfrentan a situaciones con comportamientos bastante desagradables por parte de personas que no se saben comportar. Lo peor de todo es que es más habitual de lo que nos gustaría. Insultos, golpes, amenazas...
Ellos dicen que son los gajes del oficio, pero tenemos que ser sinceros, se reconoce muy poco la labor que hacen, en muchos casos, jugándose el pellejo. A diferencia de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, la mayoría no portan armas, solo tienen para enfrentarse a los violentos su propia capacidad para defenderse, es decir, una porra y unos grilletes. Jesús, por ejemplo, es un ponedor de Íscar, en Valladolid, donde trabaja vigilando de noche una carpintería.
En 'Poniendo las Calles' nos explicó los riesgos que corren: "La verdad es que estás vendido en ese tema. Te dan una porra con la que no puedes parar a nadie. Ya le puedes dar 40 porrazos que no le paras. En otros puestos peligrosos tienen armas de fuego, pero, si llega al caso... lo que viene siendo a guantazo limpio". Su trabajo no es ninguna broma... Muchas veces se enfrentan a delincuentes de medio pelo o alborotadores, pero en otras ocasiones son auténticos profesionales del crimen que van armados.
Profesión de riesgo Miguel Ángel es vigilante de los autobuses de la EMT en Cibeles y explicó en 'Poniendo las Calles' que ahora está en un destino tranquilo, aunque lo que ha vivido en sus carnes no lo sabe nadie. "Sufrí un intento de atraco en el que me encañonaron, estando en un hospital céntrico de Madrid me han intentado apuñalar y viajando al norte, a Navarra, he tenido algún roce con gente de la 'kale borroka'; incluso estando en el servicio de la EMT he sufrido una agresión", desveló.
No son anécdotas aisladas. Eduardo es vigilante del servicio ACUDA en Melilla. Él se encarga de atender los avisos que reciben en la central cuando salta una alarma. Hablando con él le pregunté si había vivido alguna situación en la que se hubiera sentido verdaderamente en peligro. Nos contó en 'Poniendo las Calles' que han sido muchas, aunque la peor fue "no hace mucho" cuando entraron en un edificio, "saltaba la alarma" y "no había nadie". No les descubrieron hasta que "entramos de forma sigilosa y nos los encontramos en medio de la nave": "Se pasa miedo porque está oscuro, ellos cuentan con tu entrada y tú no con su ubicación".
Afortunadamente, cuentan con una amplia preparación. Para ser vigilante de seguridad hay que tener unos conocimientos específicos y cumplir unos requisitos. El ponedor de Cibeles, Miguel Ángel, lleva 30 años desempeñando esta labor y explicó que estudió "jurídico, el código penal, socioprofesional, extinción de incendios, practicar tiro y pruebas físicas". "Prácticamente, es como una oposición a Policía Nacional", sentenció en 'Poniendo las Calles'.
El problema económico Además, tienen la posibilidad de progresar, aunque actualmente se les ha puesto muy cuesta arriba hacerlo. Sobre todo por el precio de los cursos que necesitan. Roberto, ponedor y vigilante de seguridad de la farmacia de la base militar de Colmenar Viejo, concretó que hay títulos "que solo se consiguen en academias privadas" y suponen "4.000 o 5.000 euros". Pero, claro, con sus sueldos no todos pueden permitirse prosperar y son bajos para el riesgo que corren y también para lo que sacrifican: pasar tiempo con sus seres queridos.
En su caso, la conciliación familiar se hace difícil con los horarios y cambios de turno. Francisco, ponedor vigilante en una urbanización de viviendas de Alicante, explicó que tras años en este trabajo lo deja ahora porque se está perdiendo lo más importante: disfrutar de los suyos. "Lo más duro es que me he comido Nochebuenas y Nocheviejas mientras que ves a la gente que lo está celebrando; tu familia está en casa y tú estás en un vehículo solo", señaló.
"Señora fulana" El trato humano que va implícito en el trabajo de estos vigilantes de seguridad deja multitud de anécdotas. Algunas, como ya hemos escuchado, son dramáticas, pero también hay situaciones hilarantes. Roberto también nos contó que "vigilando las cámaras de una empresa", le llamó "una señora de apellido Fullana" y, al pronunciarlo mal, se le "puso como una leona".
Se trataba de un apellido italiano y se pronunciaba "fulana". Cuando terminó la conversación, su jefa le reprendió por lo que había escuchado, pero, tras explicárselo, hubo "cachondeito". Miguel Ángel, el vigilante de la EMT en Cibeles, nos contó también que podría escribir un libro después de ver a "famosillas en algún supermercado comiéndose las chuches y las tabletas de chocolate" que "después no las pagaban".
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