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28 de noviembre de 2017

¡AGENTES DE LA AUTORIDAD A TODOS LOS EFECTOS! Articulo de un Vigilante de Seguridad


Soy vigilante:

SOY UNA PERSONA. Una persona que tenía sueños y esperanzas que la vida y las circunstancias truncaron. Soy la persona que pagó un curso en una academia privada para preparase para un examen físico y teórico y obtener un título que me habilita como Vigilante de Seguridad. No soy vigilante por vocación, si no por circunstancias pero, aún así, hice un gran esfuerzo para ser un trabajador cualificado. Soy la persona que, con 19 años y toda la ilusión del mundo, se lanzó a la seguridad privada poniendo cuerpo y alma, a pesar de no ser mi vocación, aprendiendo sobre la marcha a base de observar y probar.


Soy la persona que lleva más de diez años aguantando turnos de 10 y 12 horas, algunos de hasta 20 horas, de pie, con un uniforme incómodo y un gran peso en la cintura, sonriendo a miles de personas y explicando una y otra vez las mismas dudas, aguantando a cambio insultos de todo tipo, amenazas y agresiones de personas que no están conformes con normas que no he establecido, con las que no necesariamente estoy de acuerdo pero que debo hacer cumplir. Soy esa persona a la que tantos desprecian con razones tales como: “es una fuerza represora”, “le pagan por no hacer nada” o “es un segurata de mierda”. Soy el vigilante al que le dan órdenes contradictorias que debe cumplir a la vez, el vigilante que se juega su puesto de trabajo cuando alguien, no conforme con que le haya sorprendido robando en una tienda o colándose en el tren o metro decide poner una reclamación en la que inventa sin vergüenza ninguna que le he insultado o agredido.

Soy el vigilante que le da los buenos días a sus hijos por teléfono, el que nunca está en los cumpleaños y falta a cenar en nochebuena, el que no está para ver las caritas de sus niños abriendo loa regalos de reyes, el que apenas ve a su pareja por culpa de los horarios imposibles. Soy el vigilante cuyo sueldo pagan cuando quieren, independientemente de la fecha límite estipulada en convenio, el que tiene que llamar al casero y pedirle disculpas porque aún no puede pagar el alquiler, a pesar de estar trabajando de lunes a domingo y que, lo único que puede hacer es pagar a un abogado, demandar a la empresa,acudir a un juicio de conciliación al que ninguna empresa de seguridad se presenta y esperar meses y meses para, con suerte, cobrar lo que se le adeudaba,sin más consecuencias para la empresa, que sigue ganando dinero a espuertas con su trabajo.

Soy la persona a la que casi nadie da las gracias. A la que reprenden en cuestión de segundos si se equivoca pero nadie felicita por lo bien que hace su trabajo. Soy la persona con dolores crónicos de espalda, rodillas y pies por estar tantas horas de pie. La persona a la que no se le permite apoyarse en la pared en sus 10 o 12 horas de servicio porque “da mala imagen”. Soy la persona que come en media hora, en cuartos pequeños, sucios, a veces com cucarachas y ratas.

Soy la persona que no tiene derecho a tener nevera ni microondas, ni a salir a comer fuera del lugar donde presta servicio, por lo que acaba comiendo ensaladas, sánwiches y bocadillos a diario. Soy la persona que trabaja a más de 40 grados en verano con un pantalón de lana y una camisa o polo, con botas o zapatos cerrados; la persona que trabaja bajo cero en invierno, con grietas en las manos del frío. Soy la persona que debe atender a cualquiera que tenga un problema de salud, la persona que debe practicar los primeros auxilios hasta que llega una ambulancia, la que debe tratar de sofocar las llamas hasta que llegan los bomberos, la que debe quedarse hasta haber desalojado las instalaciones donde presta servicio en caso de emergencia,aún con riesgo de la propia vida.

Soy la persona que, por 900€ sigue levantándose a las 4 de la madrugada para ir a trabajar, sigue sonriendo a las personas a pesar de todas las veces que recibe insultos y desprecios a cambio. La próxima vez que me veas, te agradeceré infinitamente que me des los buenos días o las buenas tardes, que me digas “por favor” y “gracias”, que no juegues con el pan de mis hijos inventándote que te he tratado mal si no es verdad. Agradeceré que recuerdes que, debajo de la placa que llevo junto al corazón, hay una persona que trabaja en condiciones muy duras, que muchos meses no cobra, que tiene sentimientos y una familia y que, casi con total seguridad, no eligió su profesión para reprimir ni dominar a nadie.

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