Los profesores de la UCA, Eva Bermúdez y Beltrán Roca, publican un libro pionero en España sobre el papel de las mujeres en el movimiento social y sindical a partir de 1960.
En 1967, un grupo de 70 mujeres portuenses se concentró a las puertas de la bodega Osborne (El Puerto, Cádiz). ¿El objetivo? Exigir la readmisión de cuatro trabajadores —tres de ellos sindicalistas— a los que la dirección había despedido injustamente para darle una lección al resto.
“Las que teníamos niños íbamos con ellos y las que no teníamos, también. Nos poníamos en cabeza porque llegaba la policía, y la guardia civil, se ponían de rodillas con la metralleta apuntando, y nosotras delante. Y los hombres detrás, porque al ser mujeres se atrevían menos, aunque se podían atrever… Pero le echamos cara, echamos esfuerzo y así íbamos”. Así narra Ana Perea España (Tarifa, 1939) a sus 79 años de edad, una de las movilizaciones que protagonizó junto a sus compañeras, que recoge el libro Historias silenciadas. Las mujeres en el movimiento sindical desde 1960 (Catarata, 2018), escrito por los profesores de Sociología de la UCA, Eva Bermúdez (Jerez, 1973) y Beltrán Roca (El Puerto, 1979).
Fue justo un año antes, en 1966, cuando el PCE de El Puerto tomó la decisión de incorporar a las mujeres a la lucha obrera. No obstante, uno de los principales motivos fue “contrarrestar la reticencia de las esposas de los trabajadores al activismo de sus maridos”. Un escenario que fue evolucionando gracias a la actividad que Ana Perea llevó a cabo con un grupo de mujeres que ella misma autogestionó en El Puerto, localidad en la que nació el primer movimiento sindicalista de mujeres en la provincia de Cádiz. Quizá fue por origen, por la fuerza que emana de la tierra, lo que le llevó a Beltrán Roca a investigar sobre el papel de las mujeres en el sindicalismo, de la mano de su compañera, Eva Bermúdez, a quien el tema le venía de familia, ya que su madre, María Figueroa, fue sindicalista de la USO (Unión Sindical Obrera) en la clandestinidad. El profesor en Sociología y militante de la CNT, cuenta a lavozdelsur.es que su vocación es el estudio de la movilización social y sindical, y que entre tantas líneas de investigaciones, tanto él como su compañera en la UCA, se dieron cuenta de que apenas existían trabajos y estudios “sobre el movimiento sindical de las mujeres desde 1930 en España”.
“Las mujeres no existen a partir de la posguerra, si acaso aparecen como la mujer de, o la hija de; siempre a través de la pertenencia familiar de un hombre”, explica Bermúdez. ¿Y qué ocurre a partir de los años 60? “Es cuando comienza en el Marco de Jerez la negociación de los convenios y la lucha sindical, tras la aprobación en 1958 de la Ley de Negociación Colectiva. Eso abre un pequeño margen para que se empiecen a negociar convenios colectivos en España, a pesar de la dictadura y de toda la represión que había. Es el momento en que florece toda la actividad sindical en España”, responde Roca. “Pero en la clandestinidad, claro. Los sindicatos no estaban autorizados por el régimen”, destaca su compañera.
Sin embargo, las mujeres no logran ingresar en el mercado laboral hasta los años 70. Es por ello que hasta su incorporación en el trabajo remunerado, las mujeres trabajaron en el movimiento social “acogiendo en su casa a gente perseguida por la justicia, movilizando los barrios, escondiendo panfletos, dándole comida y cobijo a hombres que se resistieron al régimen…”. “Lo hacen todo en calidad de esposas”, resalta el profesor de Sociología. Hasta que en 1970 empiezan a ejercer como limpiadoras, administrativas, tenderas, trabajadoras sociales, enfermeras… “Todos los puestos de trabajo estaban totalmente masculinizados, y siguen estándolo ahora”, señala Bermúdez, socióloga especializada en género. Además, en el momento en que también se quieren incoporar al mundo sindical, se enfrentan a estructuras masculinizadas y se enfrentan a los propios compañeros. “Pero esto ocurre tanto a nivel laboral como a nivel sindical. Y si hay techo de cristal en el mercado laboral, imagínate dentro de las organizaciones sindicales, independientemente de qué sindicato sea”, resalta la profesora jerezana. Un ejemplo de ello es el caso de las trabajadoras de ayuda a domicilio del Ayuntamiento de Jerez, cuyo comité de empresa estaba presidido por un hombre mientras que la plantilla estaba formada por 300 trabajadoras. Y hablamos de 2010.Un detalle del libro ‘Historias Silenciadas’.
Pero volviendo a los inicios, a partir de 1970, las mujeres luchaban por la dignificación del trabajo y por la mejora de las condiciones laborales, ya que la temática de género no se introdujo en la lucha sindical hasta los años 90. “Sí recuerdo que en una de las historias que contamos en el libro, una de las primeras demandas específicas de las mujeres eran ayudas para las guarderías”, comenta la autora de la obra. “A medida que van participando en la representación de los trabajadores, van introduciendo en la agenda cuestiones relativas a la conciliación, planes de igualdad… Todo, poquito a poco”, continúa Roca. Ambos desean resaltar una de las conclusiones más llamativas de su estudio, y es que las mujeres que se implican en el movimiento sindical no se limitan solo al ámbito laboral, sino que además, de manera simultánea o en otros momentos de su vida, también ejercen una militancia feminista, vecinal o solidaria. “Son mujeres con una conciencia social importante”, remarcan. “Pensamos que el activismo sindical es solo una manifestación más de sus ideas solidarias y de izquierdas”, comparten.
Los dos sociólogos de la UCA retratan en su libro Historias silenciadas. Las mujeres en el movimiento sindical desde 1960, el relato de mujeres combativas y revolucionarias que se enfrentaron a vejaciones y a situaciones de ninguneo y acoso. Mujeres que encararon tres tipos de conciliación: familiar, laboral y sindical. Mujeres que han vivido situaciones de abuso de poder y sexual, y que para acabar con ello negociaron protocolos antiacoso. Mujeres que trabajaron rodeadas de compañeros y que tuvieron que soportar comentarios sexistas: “¿Dónde va esta con tantos hombres?”, “Esta es una cualquiera”… Mujeres que, al fin y al cabo, resistieron y ganaron. “Han conseguido muchas mejoras en los convenios a nivel salarial, ayudas a guardería, reconocimiento de antigüedad, formación dentro del horario laboral…”. “En todos los convenios, en general, la lucha es eterna. Pero en los sectores feminizados la lucha es más importante. Y todavía más activa. Creo que los sectores más combativos en la actualidad son los sectores donde hay una mayoría de mujeres: ayuda a domicilio, telemarketing, limpieza de edificios… Son la vanguardia del movimiento sindical“, expone Beltrán Roca. “Y todavía habría más mujeres, pero es una cuestión de tiempo, por falta de tiempo. Por problemas de conciliación. Además de que las mujeres priorizamos más a la familia”, enlaza Bermúdez.
“Ana cree que hubiera sido la misma mujer revolucionaria y luchadora si no hubiese sido violada”, escribe Pilar Pinto Buzón en el capítulo 2 del libro Historias silenciadas. “Yo no sabía nada de política, nada más que sabía que quien me violaba me amenazaba con que su padre era falangista, que yo tampoco sabía lo que era. Después ya antes de llegar a los 10 años sabía lo que era, entonces pues claro me amenazaba con que a mis padres los iban a matar porque sus padres eran amigos de Franco. Yo sabia que Franco era una mala persona, no sabía por qué, yo no podía entenderlo; pero sabía que era una persona mala. Y que iban a matar a mis padres y a mí me iban a meter en un colegio, entonces yo eso jamás lo dije”, cuenta la pionera del movimiento sindicalista femenino en Cádiz. Más tarde, Ana Perea se vio obligada a exiliarse a Francia con su marido, Manuel Espinar Galán, porque la Policía iba un día sí y un día no a su casa, en busca de activistas comunistas. No obstante, en El Puesto, la tarifeña organizó “reuniones clandestinas disfrazadas de encuentros de mujeres que se veían para coser”. Encuentros en los que Ana trabajaba en la educación y concienciación de sus compañeras para que participaran activamente en la lucha contra el régimen franquista. Y sobre todo, Ana Perea trabajó para acabar con “la idea establecida de que las mujeres pertenecían a sus maridos“.
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