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24 de febrero de 2019

BARCELONA: Plaça de Catalunya, la estación más segura del mundo

Una treintena de policías y vigilantes coinciden en el vestíbulo de la segunda mayor estación de Barcelona. A la semana del desalojo del 'top-manta', el intercambiador parece ahora mucho más grande y silencioso


El inmenso vestíbulo de la estación de Renfe en plaza de Catalunya parece ahora mucho mayor que hace tan solo una semana. Si desde diciembre del 2017 más de 120 manteros ocupaban cada día su superficie con otras tantas mantas con mercancía a la venta, desde el pasado lunes la explanada subterránea de este intercambiador, en el que confluyen además de Renfe, las líneas 1 y 3 de metro y el aparcamiento Saba, aparece diáfana, o casi. La única acumulación de personas que ahora llama la atención no es la de los vendedores senegaleses (en su mayoría) y paquistanís, sino la de agentes de policía y vigilantes de seguridad, que están ahí precisamente para evitar que aquellos regresen. Un día de esta semana a media tarde había seis mossos d'esquadra, 10 guardias urbanos y una docena de vigilantes de seguridad en un recinto de unos mil metros cuadrados. Sin duda, Plaça de Catalunya, la segunda mayor estación de la ciudad después de Sants, es además la más segura del mundo.

Del ajetreo que se vivía hasta la semana pasada en el vestíbulo, sobre todo a partir de la una de la tarde, se ha pasado a la calma chicha, hasta casi el silencio. Gente que entra y que sale por los tornos de la estación. Y vía libre sin obstáculos. Hasta hace siete días las mantas repletas de objetos impedian muchas veces acceder, por ejemplo, a las máquinas expendedoras de billetes,o moverse con rapidez hacia las escaleras de salida o en dirección a las entradas de las dos líneas de metro. Y ese ha sido precisamente el motivo del desalojo tardío y definitivo de la estación. Renfe denunció decenas de veces que, si había una evacuación, no se podía garantizar la seguridad de los pasajeros. Ahora, la compañía ya respira aliviada y sus responsables se muestran encantados.

Menos residuos "La verdad es que no se podía ni pasar. Si alguien iba con un carrito no podía entrar en el ascensor por ejemplo. Muchas veces cuando yo venía a trabajar pensaba que si aquí pasaba algo no había por dónde salir", cuenta Carolina Fernández, camarera de El Cafè de la Estación, la mayor cafetería que hay en todo el vestíbulo, donde hay otro bar y media dociena de tiendas. "Tampoco era muy higiénico que hubiera tanta gente por aquí en el suelo", añade. En cuanto a la clientela, ni ella ni sus compañeras, han notado demasiado la ausencia de los 150 vendedores diarios. "Ellos tenían unas mujeres que les traían comida en fiambreras y bebidas. Lo tenían todo organizado", apunta otra camarera.

Quien sí ha debido notar el cambio del antes y después de este zoco alegal son los empleados de la limpieza del vestibulo de Renfe. En un turno, una única limpiadora podia retirar media docena de sacos de desperdicios, sobre todo coincidiendo con la hora de la comida. La mayoría de vendedores comían sentados en el suelo, mientras unas compatriotas pasaban a servirles las bandejas de comida con unos carritos de bebé. También tenían su propio suministrador de bebidas calientes. Ahora todos han desaparecido. "La verdad es que sí que dificultaban un poco el paso, pero no molestaban. Pero hay que entenderlos. Estaban aquí para ganarse la vida", explica Daniel Gil, un vendedor de 31 años que pasa por este vestíbulo, ubicado debajo de las fuentes de la plaza de Catalunya, "cuatro veces al día".

Entorno vigilado Desde que el lunes se produjo el despliegue de Guardia Urbana, Mossos d'Esquadra y vigilantes de seguridad en la estación de Catalunya para impedir que los manteros vuelvan ha habido otros cambios. Aparentemente, se ha reducido el número de robos al descuido de carteras de pasajeros. Parejas de jóvenes aprovechaban la acumulación de gente para hurtar, sobre todo en los tornos donde los viajeros validaban los billetes y abrían antes sus bolsos. Ahora, al estar el vestíbulo vacío y haber siempre más de una veintena de policías y vigilantes las sustracciones son más arriesgadas. La gran presencia policial también provoca escenas curiosas. El pasado jueves, por ejemplo, los lloros de un niño de Cornellà, de 11 años, con una dolorosa lesión en una pierna provocaron que en unos minutos estuviera rodeado de cuatro guardias urbanos y otros tantos vigilantes que se encargaron de atenderle y de llamar una ambulancia, que lo trasladó junto a su padre el Hospital Sant Joan de Déu.

Pero el gran perdedor de este desalojo del vestíbulo coordinado por el Ayuntamiento de Barcelona ha sido el propio mantero. "Para nosotros es muy duro porque los politicos han antepuesto sus interés electorales al hambre y la miseria que sufrimos", relata un representante del Sindicato de Manteros, quien sostiene que el centenar de vendedores no se han desplazado a otras zonas de la ciudad "por miedo a que les quiten la mercancía y perder aún más dinero". Añade que entre los vendedores "hay costureros, pescadores y agricultores que podrían hacer sus trabajos si les facilitan los medios" y que su entidad ya ha presentado a la administración numerosas propuestas para recolocarlos. "Pero no nos han aceptado ninguna", lamentan.

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