Desde mediados de marzo, los guantes y la mascarilla forman parte del uniforme de Robert Lattion Gutiérrez, vigilante de seguridad en el Caprabo de Altafulla. Hace cuatro meses que trabaja en este establecimiento, donde vela a diario por la seguridad de los clientes.
Y es que Robert lo tiene claro: «Lo primero es la salud de la ciudadanía», dice sin dudarlo ni un instante. Esto no significa que descuide la vigilancia para evitar posibles robos, «pero lo que más me preocupa es la salud, que la gente tome todas las medidas necesarias, ya sean de limpieza como mantener las distancias de seguridad. Y si tengo que intervenir, lo hago. Es mi trabajo», explica este joven.
Las imágenes de supermercados abarrotados de gente fue uno de los primeros efectos más visibles del Covid-19. Desde entonces, ir a comprar se ha convertido en el gran pretexto para que muchos salgan de casa durante estos días. Un derecho esencial pero que, a la vez, ha convertido estos espacios en el mayor punto de encuentro de la población en un momento sanitario delicado en el que la distancia social es la más efectiva medida de prevención. Ante ello, la vigilancia se ha convertido en vital.
Robert está a diario vigilando a la clientela durante ocho horas, de 12 h a ocho de la tarde (cuando el establecimiento cierra al público), aunque su jornada laboral se alarga hasta las 21h, momento en el que el supermercado cierra definitivamente puertas. «Veo mucho pasotismo», admite Robert. Aunque la mayoría de clientes respetan las medidas de seguridad, este agente de seguridad detalla que se encuentra a menudo con gente que se para entre pasillos para charlar con algún conocido. «Estando en la situación que estamos, falta algo más de solidaridad», opina. Ante situaciones de este tipo, él interviene y pide a los clientes que respeten las normas, «y encima algunos se lo toman mal. Los vigilantes de seguridad somos aliados, no enemigos, y nuestro trabajo es, precisamente, velar por la seguridad de todos. Algunos no lo entienden...», lamenta.
En cuanto a guantes y mascarillas, explica que la gran mayoría de gente que va al supermercado va equipada. «Además, justo en la entrada hay un dispensador con desinfectante y también se ofrecen guantes. Intento que los clientes que entran utilicen estas herramientas», explica. Otras medidas que se han tomado es reducir el aforo a la mitad «y a la que veo que hay demasiado gente en las cajas, cerramos el acceso». Una medida que prácticamente tiene que aplicar a diario aunque, eso sí, únicamente suele suceder por las mañanas. «Por la tarde, se tranquiliza la situación», remarca. Robert, que trabaja para Pycseca Seguridad, tiene 30 años y vive en Miami Platja. Asegura no tener miedo del Covid-19, pero sí que toma todas las medidas necesarias para evitar contagiarse, y es que va a menudo a casa de sus padres a ayudarles. «Mi madre es una persona de riesgo. Tiene diabetes y se tiene que ir con cuidado», detalla.
Además de trabajar en el supermercado Caprabo de Altafulla, los fines de semana hace vigilancia en una empresa. «Se trata de un sector mal pagado y son necesarios los complementos. Son muchas horas trabajando, horas que dejo de estar con mi familia, pero a la vez es una tarea que me llena mucho», explica este joven con una sonrisa. Dice que las cuestiones de seguridad le han gustado desde niño. Le gustaría también poder trabajar en prisiones y tampoco descarta que algún día intente entrar en algún cuerpo policial. «Pero poco a poco. Todo a su debido tiempo», puntualiza.
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