Silvia lleva 19 años en la seguridad privada, compaginándolo con otras profesiones como conductora de autobuses escolares. Tras el cierre de los colegios, se centra en la seguridad en un supermercado malagueño.
Algo tan cotidiano como hacer la compra se ha convertido en este último mes en una de las pocas actividades que podemos seguir realizando fuera de casa. Esto hace que el personal que se encarga del funcionamiento de supermercados y otras superficies sean considerados indispensables. Entre ellos, destacan los vigilantes de seguridad como Silvia Ruíz.
En su supermercado es obligatorio el uso de guantes y gel hidroalcohólico Esta malagueña lleva 19 años en la seguridad privada. Ha estado compaginando la vigilancia con otras profesiones, pero en la actualidad es su única ocupación. “Antes de que comenzara la epidemia, cuando el horario era más flexible, compatibilizaba mi trabajo de vigilante con la conducción de autobuses escolares, de colegios e institutos”, cuenta Silvia. A día de hoy, realiza su labor en los supermercados Supeco, pertenecientes a Carrefour, contratada por Ilunion Seguridad.
Silvia explica lo mucho que ha variado su rutina, ya que ha pasado de estar realizando rondas o controlar la entrada a garantizar el aforo máximo de su Supeco y que los clientes cumplan las distancias de seguridad y medidas de higiene establecidas: uso obligatorio de guantes y gel hidroalcohólico. “Estoy permanentemente en la entrada, al haberse cerrado todas las puertas y dejado un único acceso de entrada y salida”.
Ves como ahora la gente valora más las cosas Silvia, al igual que sus compañeros del supermercado, vivieron esa primera oleada de compras masivas, donde una marabunta de personas arrasaban con los productos como si fuera el fin del mundo. “A pesar de que yo intentaba tranquilizar a la gente, asegurándoles que llegaban camiones todos los días y que no iba a haber problemas de desabastecimiento, daba igual. No te hacían ningún caso. Ahora, sin embargo, parece que el ambiente está más tranquilo”, explica la malagueña. También admite que cada día observa que las personas están más concienciadas e incluso son más agradecidas. “Ves como ahora la gente valora más las cosas, te dan los buenos días y agradecen tu trabajo, te piden que te cuides… Cosa que antes no pasaba”.
Entre lo que más extraña Silvia de su rutina es la alegría. “Se nota que falta”, señala. Aunque anécdotas como los atuendos que llevan algunos clientes (máscaras de Star Wars o trajes de camuflaje) o ese perro exhausto que jamás había salido a pasear tantas veces, le animan. No obstante, reconoce que también le enfadan ciertas actitudes como esas compras innecesarias y repetidas en un solo día. Sus tres hijos, a los que dedica toda la atención cuando no está trabajando, son los verdaderos responsables de llenar su vida con esa alegría que falta en el supermercado. “Lo mismo bailo que juego a los playmobil”, explica entre risas.
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