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3 de agosto de 2021

El upskirting, una práctica que trae de cabeza a la seguridad privada de los centros comerciales


El mirón de los probadores de Gran Vía

La Policía detiene a un hombre que llevaba en sus calzoncillos un móvil con el que había grabado a varias mujeres por debajo de la falda en una tienda de ropa

Fue la empleada que trabaja al lado de los probadores la que se fijó en los movimientos extraños de un cliente en una tórrida tarde de julio. Lo observó un rato y se dio cuenta de lo que pasaba. Habían vivido lo mismo en esa misma tienda solo una semana antes. Esa trabajadora del establecimiento de la cadena sueca H&M, en el corazón de Gran Vía, alertó al servicio de seguridad de que había visto a aquel hombre grabar con su móvil por debajo de la falda a las clientas. Cuando llegó la Policía, este no se esforzó en negarlo, a pesar de que se había tomado la molestia de esconder el teléfono con el que realizó los vídeos en sus calzoncillos.

En la tarde del 24 de julio, en Madrid pegaba el sol y se superaban los 35 grados, unas condiciones que facilitaron la tarea, ya que la falda y los vestidos fueron la prenda elegida por muchas clientas ese día. El detenido, con pantalones vaqueros y camiseta blanca, fue hasta la planta baja de la tienda y se colocó cerca de la zona de los probadores. Allí, en la zona de la ropa interior femenina y frente a la sección de vestimenta de hombre, pasó varios minutos acechando y obteniendo material, que después almacenó en la memoria oculta del móvil.

La trabajadora que dio la voz de alarma había sido uno de los objetivos del mirón unos instantes antes. Tras el aviso de la empleada, los vigilantes de seguridad del establecimiento acudieron a esa planta y le mantuvieron retenido hasta que llegó la patrulla. Esta práctica se conoce con el nombre de upskirting, y en los últimos años cada vez se piden condenas más altas por lo que se considera un delito contra la intimidad. Tradicionalmente, los jueces lo han considerado una infracción leve porque a las víctimas no se les ve la cara, por lo general. Las altas temperaturas y las grandes aglomeraciones de gente son los ingredientes perfectos para estos mirones, que suelen obtener placer tanto en el proceso de obtención de las imágenes, como en su posterior visionado. Mercadillos, el metro o las tiendas de ropa son sus lugares predilectos. En Madrid se han detectado dos casos en solo una semana.

El detenido llevaba dos teléfonos, uno que los agentes localizaron en un primer cacheo y el que escondió en su ropa interior. El hombre desbloqueó el móvil de los calzoncillos y los policías pudieron corroborar lo que había explicado unos minutos antes la empleada de la tienda, porque encontraron vídeos de las partes íntimas de varias mujeres. No explicó a los agentes qué uso quería dar a las imágenes y fuentes de la policía no han puntualizado si el detenido tenía antecedentes por hechos parecidos a estos. Muchas veces, estas imágenes acaban en sitios web porno. El individuo de 29 años aseguró ser francés y no ser residente habitual en Madrid.

Es la segunda vez este mes que sucede algo así en esta tienda, tal vez por ese motivo, la empleada de la planta baja estuvo más atenta a lo que estaba haciendo el mirón. El 17 de julio, otro hombre de 45 años fue detenido en este local por hacer lo mismo y también fue retenido por los vigilantes de seguridad, quienes pensaron en un primer momento que su actitud extraña se debía a que estaba robando a los clientes. La encargada de la tienda no ha querido dar más detalles de lo ocurrido y ha pedido al resto del personal que no haga comentarios.

En ese otro caso, el detenido también reconoció los hechos en cuanto llegaron los agentes pero se defendió alegando que las imágenes eran para “consumo propio”. Mismo modus operandi: se quedó esperando sin oponer resistencia a los agentes, les enseñó las fotografías que había realizado y fue detenido por un delito contra la intimidad. Este hombre también explicó a los policías que había realizado grabaciones en otros locales. La temporada de acción de los mirones ha comenzado. Es un delito que puede estar penado hasta con cinco años de cárcel en función del uso que se de a las imágenes.

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