Los trabajadores de seguridad privada del transporte público denuncian los golpes e insultos que reciben cada vez más a menudo. Les faltan medios y reconocimiento social
Hace dos semanas, Juan Fernández se disponía a cerrar la estación de Cercanías de Alcorcón Central como cada día mientras su compañero acababa de desalojar los andenes. Cuando estaba a punto de bajar la verja, un encapuchado se abalanzó sobre él con una barra de hierro,le propinó varios golpes por todo el cuerpo, se subió a una furgoneta y se fue.
Desde entonces, este vigilante de seguridad está de baja. El morado que todavía tiene en las costillas se ha sumado al histórico de agresiones que recita de carrerilla: “Una muñeca rota, dos puñaladas,un botellazo, palos, tirarme por las escaleras...”, cuenta el trabajador de aspecto corpulento pero que prefiere no salir en fotografías por miedo a represalias. Junto a él asiente Daniel Alonso, también vigilante en Cercanías. “A mí una vez me clavaron un tenedor”, confiesa. “Cada vez va a peor, te puede tocar en cualquier momento. Puede ser que haya fiestas y la tomen contigo, o que estés un jueves tranquilo, te vengan cuatro grafiteros y te den una paliza”, añade Fernández.
Luis Maroto también es vigilante, pero del metro, y tampoco vio venir una de sus últimas agresiones: “Iba con una compañera que mandó levantarse del suelo a un grupo y me dieron una paliza a mí. Casi me matan, estaba desangrándome y la gente encima animando”. Los vigilantes de seguridad privada de Renfe y Metro de Madrid denuncian que se encuentran cada vez más indefensos ante las agresiones de los pasajeros. Aunque siempre han estado presentes, en los últimos años han visto cómo los golpes e insultos se multiplicaban.
“Las agresiones son continuas, hay alguna todos los fines de semana, pero de unos años a esta parte, muchísimo más”, explica Valle Sanz, delegada sindical de UGT y trabajadora de Metro. También ella ha sufrido agresiones. “Un pasajero me pegó un puñetazo y me rompió dos costillas. Porque había un inspector, y otro compañero, que si llego a estar sola no sé qué habría pasado... Y eso que era un domingo a las 10 de la mañana”. Denuncian que los recortes les han despojado de las herramientas de defensa o intimidación con las que minimizaban y evitaban las agresiones. Por ejemplo, desde hace tres años ya no llevan revólver, y parte del equipo de defensa deben costearlo de su propio bolsillo, como los guantes anticortes. “No es lo mismo entrar a una estación a oscuras, que no sabes lo que vas a encontrar, con un revólver que sin nada. Yo me he encontrado que están golpeando las máquinas o robando, y ¿qué hago, les tiro la defensa [porra]? ¿Les insulto a ver si les desmoralizo?”, se pregunta Fernández, que lleva 19 años trabajando en Renfe.
Profesionalizar el sector Los sindicatos reclaman que se regule mejor su actividad de cara a la aprobación del futuro Reglamento de Seguridad Privada, un texto en trámite de alegaciones que pretende profesionalizar la actividad en todo el territorio y evitar el intrusismo. Entre otras propuestas, han pedido que se incluya que los vigilantes vayan siempre de dos en dos,como trabajan los agentes de policía, y poder así hacer frente a los grupos de borrachos o violentos con los que se encuentran a diario. También piden que su equipación esté regulada y no quede al capricho de las distintas empresas para las que trabajan, al revés de lo que ocurre por ejemplo en Barcelona, donde los vigilantes del metro sí deben llevar obligatoriamente chalecos anticorte (para evitar agresiones con arma blanca). Con la crisis, apuntan CCOO y UGT, las empresas contratadas para ejercer el servicio de vigilancia, como Trablisa, Segurisa, Prosegur o Ariete, han ido recortando en personal y equipación para hacer sus ofertas más atractivas en los concursos públicos.
En el caso del metro, por ejemplo, la plantilla se ha reducido en un tercio en los últimos años, lo que obliga a los vigilantes a acudir solos cuando hay un aviso, o hacer la ruta sin un compañero en muchas ocasiones. Por eso, desde los sindicatos señalan también a las empresas públicas, que consideran deben asegurarse de que las condiciones de trabajo son dignas “porque al final en quien repercute es en los trabajadores”, señala Maroto. “Cogen la más barata y se desentienden, porque para ellos solo somos un número”.
Sin embargo, desde Metro aclaran que no han registrado un aumento de las agresiones a vigilantes más allá de lo que “por desgracia es habitual” y que en los contratos se establecen las condiciones que Metro necesita en materia de seguridad en cada momento, sancionando a la empresa contratada si las incumple. Desde Renfe sí reconocen un “ligero aumento” en las agresiones a sus vigilantes, debido sobre todo al crecimiento en el número de viajeros, que ha aumentado un 6% en el primer semestre de 2018 respecto al mismo periodo del año pasado. “Suele tratarse de pequeñas agresiones, no temas graves, sobre todo de gente que va sin billete, porque tienen que obligarles a bajar”, aclaran sobre los 43 incidentes que registraron en Madrid durante 2017.
Desprecio social Los vigilantes de seguridad apuntan otra razón sobre el aumento de las agresiones: la pérdida de autoridad que a nivel legislativo y social han ido sufriendo paulatinamente con los años. Desde la ley Corcuera, que les quitó el rango de 'agente de la autoridad' en 1994, una agresión a un vigilante ya no se resuelve mediante un juicio penal, si no civil, como con cualquier otro ciudadano. “Un interventor, con una libreta en la mano, sí es un agente de la autoridad porque necesita poder pedir documentación para poner la multa”, se queja Fernández. “Pero yo, que soy el que se tiene que enfrentar a la gente que no lleva billete, al que se ha colado, no tengo ese rango”.
Denuncian además que al tratarse de un juicio civil, en el que la acusación suele ser recíproca entre vigilante y pasajero, los segundos suelen declararse insolventes y no pagan las indemnizaciones,mientras que a ellos les retienen el dinero de su nómina, lo que también repercute en más agresiones. “Han visto que sale gratis y han perdido el miedo”, señala Maroto. “Gente buscando bronca siempre ha habido, pero era distinto. Ahora te llega un idiota y te insulta sobre tu aspecto físico y no pasa nada, porque no hay ninguna autoridad”, se lamenta Fernández. “La imagen general de la ciudadanía es que somos enemigos, te ven con uniforme y piensan que estamos aquí para pegar y coaccionar su libertad. Y estamos para proteger a la gente, no somos una piñata a la que pueden pegar. ¡Como no tengo nada que hacer, voy a pegar al vigilante!”.
“En Móstoles, los vigilantes tuvieron que salir corriendo durante las fiestas porque un grupo de gente iba detrás de ellos para pegarles.Eran parte de la fiesta”, añade Maroto. “Ahora, cuando ponen policías de refuerzo, ya no pasa ni media, ni se cuela nadie”, continúa. Como ejemplo de la desconsideración que se tiene con su profesión, señalan un hecho ilustrativo. En los atentados de Atocha, los vigilantes de Renfe fueron los primeros en bajar a los andenes y atender a las víctimas. Sin embargo, fueron los últimos en ser condecorados, después de policías, bomberos y los miembros del Samur.
Además, señalan la incongruencia de que los cuerpos de seguridad busquen su colaboración, por ejemplo, cuando se ha intensificado la alerta terrorista, como pasó en 2015, cuando Policía y Guardia Civil se reunieron con empresas de seguridad privada para coordinarse en labores de vigilancia y prevención. “Seguimos ahora mismo en alerta 4 por terrorismo y seguimos yendo con lo puesto”, apunta Sanz, de UGT. Denuncian también que sus empresas no cumplen con las horas de formación que deben hacer obligatoriamente, o que son del todo ineficientes. “La Ley de Seguridad nos manda que tenemos que tener 20 horas de formación, pero las empresas firman como que han recibido los cursos y no los reciben”, afirma Ángel García, del equipo de dirección del sector de seguridad de UGT.
En cuanto a las zonas más calientes de las agresiones, afirman que es algo generalizado en toda la red, pero en el metro se concentran más en el centro, mientras que en Renfe, donde más problemas encuentran es en las paradas del sur de Madrid. “Por no hablar de las custodias, donde se guardan los trenes, ahí estamos completamente solos toda la noche. Si te dan un palo, o te caes por las escaleras, hasta por la mañana que va el relevo no se entera nadie”, añade Daniel Alonso. “El día que maten a alguien, igual se plantean ponernos algo”, reflexiona Fernández. “Que parece que con la camisa ya podemos parar las balas”.
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