Guy Ryder, director general de la OIT, lanza un debate en el organismo sobre el mundo del trabajo que nos espera
Al convertirse en director general de la Organización Internacional del Trabajo(OIT) en 2012, Guy Ryder (Liverpool, 1956) veía un futuro sombrío para el empleo. En un fluido español con acento inglés y andaluz, este exsindicalista inglés, que ha renovado el cargo esta semana, cree que el tiempo le está dando la razón. No se resigna y, ante la revolución, también laboral, que acompaña al desarrollo tecnológico, ha lanzado a la organización que dirige a un ambicioso debate de tres años sobre el mundo del trabajo que nos espera (El futuro del trabajo). Acabará en 2019, cuando la OIT, integrada en la ONU y formada por Gobiernos, sindicatos y empresarios, cumpla un siglo vida.
Pregunta. Cuando accedió al cargo, decía que era pesimista sobre el futuro. ¿Lo sigue siendo?
Respuesta. Los grandes desafíos del mundo del trabajo esperan respuesta. Han pasado ocho años de la crisis de 2008 y la economía mundial sigue creciendo a niveles muy bajos, las tasas de paro siguen muy altas. Los últimos años no han sido positivos.
P. ¿Qué desafíos?
R. El empleo y, sobre todo, el empleo juvenil. Hay casi 200 millones de personas sin trabajo en el mundo. Es un drama que necesita respuestas. Otro es que el mundo del trabajo genera desigualdades sociales. Eso tiene consecuencias sociales, económicas y políticas. Coincido con el FMI en que la desigualdad es un obstáculo al crecimiento económico.
P. ¿Por consecuencias políticas entiende la victoria de Donald Trump?
R. Totalmente. Y el Brexit. Son consecuencia de que gran parte de nuestras sociedades se consideran olvidadas en lo económico y social. Mucho de eso viene del mundo del trabajo. Son señales políticas evidentes y sería irresponsable cerrar los ojos.
P. En la iniciativa sobre El futuro del trabajo, dice la OIT que la desigualdad genera muchos comentarios y escasas soluciones.
R. Hay muchas declaraciones del FMI con advertencias sobre los peligros de la desigualdad, pero no recomendaciones del Fondo y otros organismos para corregirlas. De la OIT, sí. Hay que dar énfasis a la generación de empleo de calidad, mirar las políticas de negociación colectiva, los salarios mínimos, la protección social.
P. ¿Una renta mínima puede ser una de esas recetas?
R. Es un gran debate que vamos a tener. Hay dos puntos de vista: unos dicen que con políticas de salarios y negociación colectiva tenemos que corregir las desigualdades; otros, que vivimos transformaciones en el mundo del trabajo que hacen ineficaces las políticas tradicionales. Y la renta mínima es una opción.
P. ¿No le parece arriesgado que el trabajo no dé para vivir?
R. Mucho. Pero el tema está planteado. En las últimas décadas las políticas que se aplican no dan el resultado adecuado.
P. ¿Usted no se posiciona?
R. No, es muy pronto. Entretanto hay que aplicar mejor las políticas que ya conocemos.
P. Hay vaticinios muy pesimistas sobre el empleo que se va a perder por la tecnología.
R. No hay que reducir el debate a si la tecnología va a destrozar empleo. La tecnología va a condicionar el futuro. Pero el futuro que tendremos será el resultado de lo que decidamos. Es un debate político, no de tecnologías. El ejemplo de Uber nos plantea grandes cuestiones. Vuelve a haber dos posibilidades y, una vez más, no hay grandes consensos. O Uber es un piloto de algo que se va a generalizar en el futuro o es una anécdota. Si se generaliza, tendremos que repensar muchas de las instituciones que regulan las relaciones laborales. Tendremos que buscar nuevas formas de ordenar el mundo del trabajo.
P. ¿Cómo?
R. Planteémoslo de forma sencilla. De nuevo, hay dos posibilidades. Una es que en el futuro del trabajo hay empleadores y empleados, ambos diferentes, pero con la misma fisonomía de hoy. La otra, que el empleo sea una relación puramente comercial que dura solo lo necesario. Eso mercantilizaría las relaciones laborales. Es otro mundo del trabajo.
P. ¿No teme que esto genere más desigualdad?
R. Depende de las políticas que apliquemos. Y eso lo estamos viendo. En algunos países han tomado decisiones para decir, por ejemplo, que los chóferes de Uber sean empleados y tengan derechos. Esto ha sido decisión de un tribunal [en referencia a la sentencia de Reino Unido que obliga a la empresa a contratar como empleados a los conductores que antes consideraba autónomos], pero también representa una opción que podemos adoptar.
P. ¿Hay que conformarse con niveles de precariedad altos?
R. Me niego a tomar como fatalidad cosas que son malas. Esto no es un aspecto inevitable de la modernidad del mundo del trabajo. No. Hay que decidir y no pensar que esto se nos impone. La historia demuestra lo contrario. No veo la regresión social como algo inevitable.
P. ¿Ha llegado el momento de equilibrar algunas de las medidas tomadas en España?
R. En la nueva situación política, el Gobierno y los actores sociales tendrán la voluntad y los espacios para implicarse en procesos de diálogo bajo condiciones en que pueden decidir cosas.
P. ¿Y hay que reequilibrar?
R. Las reformas han sido difíciles. Cuando hay crecimiento, más afiliación a la Seguridad Social o perspectivas de creación de empleo, se abren espacios. Pero no creo que deba decirlo yo, desde Ginebra, sino el Gobierno y los agentes sociales.
P. Está creciendo el empleo. ¿Pero no cree que España tiene un problema con su calidad?
R. Totalmente. El elemento cuantitativo es importante. Nadie puede decir que si baja el paro en España o en otro país, eso no es positivo. Aquí hablamos del trabajo decente y hay que estar muy atento a la calidad del empleo (estabilidad, salarios, perspectivas de formación y progreso). No se puede reducir la cuestión a la cantidad, también a la calidad. Y no se va a ganar más calidad haciendo recortes.
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