Renfe gastó el año pasado 10,7 millones de euros en reparaciones por actos vandálicos en Cercanías. La ferroviaria limpió 6.000 grafitis de trenes y cocheras y repuso cristales rotos, mobiliario destrozado, extintores vacíos, apedreamientos... “Es una tendencia creciente, de entre un 10 y un 15 % en relación a otros años. Y cada vez va a más”, lamenta el director de Cercanías, Félix Martín. Además, se cometieron 177 agresiones físicas o verbales a trabajadores y vigilantes de seguridad.
“En este caso, la cifra está contenida”, asegura Martín, sobre las agresiones. Pero admite que hay una tendencia al alza, y que los vigilantes y los trabajadores les comunican que cada vez más “las actuaciones son más conflictivas”. El perfil de los vándalos, que suelen ser también quienes agreden o insultan a los trabajadores, es de “personas jóvenes, externas al uso del ferrocarril”, explica Martín, que insiste en que la mayoría de los usuarios no tienen ese tipo de actitudes. “Transportamos a 400.000 personas al día que hacen un uso responsable de los vehículos”, afirma el director de Cercanías.
Un vigilante de Renfe, que pide anonimato, coincide con el responsable de la empresa: “Suelen ser jovencitos, de unos 20 años”. Él ha vivido diversos casos en primera persona. “Se juntan 4 ó 5, nos agreden, nos tiran piedras. Rompen la máquina validadora...”. Luego establece un segundo rango, “de personas de más de 30 años”, que han “tenido un mal día” y en ocasiones se ven afectadas por los retrasos. “Eso genera estrés y la gente lo descarga con los uniformados”, lamenta. A su entender, las líneas R2 y R4 son las más complicadas. Martín, sin embargo, niega que haya líneas negras. Parte de esos vándalos son grafiteros cada vez más agresivos. “Se nos encaran”, explica el vigilante, que critica que en muchas ocasiones, dependiendo del turno, un solo trabajador debe plantar cara a 20 grafiteros. “No hay nada que puedas hacer”, dice.
La noche y el alcohol son otro elemento crítico. Un vigilante de Plaza de Catalunya, que también pide anonimato, asegura que los peores días son los viernes y los sábados por la noche, sobre todo en la R4 y R1. Cuando los jóvenes vuelven de fiesta, van “envalentonados”, explica, y eso degenera en agresiones al personal de la estación y desperfectos, como romper tornos o vaciar extintores. “Las líneas cerca de las zonas herméticas son muy complicadas”, añade Juan Antonio Ramos, responsable de Seguridad Privada de UGT. Por todo ello, los vigilantes piden más medidas de protección. Muchos de ellos se compran chalecos antitrauma, para evitar navajazos. “En la estación de Francia, les obligan a ir al servicio a hacer la ruta. Y dos compañeros ya han sido pinchados”, explica el primero de los vigilantes. Piden que sean las propias empresas quienes los faciliten, pero por ahora no escuchan sus peticiones.
“Somos especialistas en transporte, no en violencia ni en vandalismo. Pedimos ayuda a todos los organismos competentes. Que se actúe sobre la causa, que haya más educación, concienciación, comunicación, líneas de trabajo”, pide Martín, para intentar solucionar el problema en Renfe. Y recuerda que el vandalismo también ocasiona retrasos. El año pasado, 927.000 personas se vieron afectadas sobre todo por el uso indebido de los sistemas de seguridad de los trenes (2.500 casos). “Pero tenemos una puntualidad del 95%”, defiende. En total, la ferroviaria presentó 2.123 denuncias por actos vandálicos, agresiones o fraude a los Mossos.
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