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5 de junio de 2017

Vigilar a quien no tiene nada

Salvador lleva nueva años haciendo noches en el albergue de hombres 'sin techo' que gestiona Cáritas Granada

En el albergue de Cáritas hasta el personal de seguridad da mantas, bocadillos y largas horas de charla. Tras nueve años haciendo noches en la casa de los 'sin techo', Salvador tiene la impresión de que cualquiera puede verse allí «de un día para otro»

Salvador Pérez tiene unas ojeras perennes. Es vigilante de seguridad y lleva nueve años haciendo noches en el albergue para 'sin techo' de Cáritas, en un edificio antiguo de tres plantas en mitad del barrio del Realejo. Allí hay camas para 80 hombres: los desintoxicados, los más ancianos y quienes se han quitado de la calle residen arriba; los que aún están tratando de normalizar su vida permanecen con una cama asignada en la segunda planta un tiempo; y los vagabundos -con problemas de adicciones y con dificultad para acatar normas- no pasan de la primera planta y de pocas noches.

En mitad de ellos, Salvador -'cabo' de la empresa Levantina de Seguridad- no ejerce como uno más de los 1.400 vigilantes de la provincia. Ni persigue ladrones ni custodia objetos de valor. Se encarga de mantener a raya y de cuidar, en desigual proporción, a quienes no tienen ni casa.

«Aquí hago más trabajo social que otra cosa. Yo le abro la puerta a los que piden cama si queda una libre, aunque sean las tres de la mañana. Les doy toallas, calcetines, calzoncillos, los acompaño a la ducha... Si no pueden entrar, les ofrezco una manta y si puedo un bocadillo», explica este vigilante, quien antes de dejar pasar a los solicitantes debe hacerles una prueba de alcohol y drogas.

También ha pillado 'in fraganti' y ha echado de allí a gente fumando residuos de cocaína «Si dan positivo no se enfrentan a mí cuando me niego a que pasen, porque ya conocen las normas. De aquí para dentro nada de drogas», espeta. En la tercera planta de este caserón, Salva vigila también a los integrantes del programa VAT, Viviendas de Apoyo al Tratamiento, para quitarse de la heroína.

Contra su voluntad, el consumo no siempre es de puertas para fuera. «Yo he pillado a gente fumando base (de cocaína) en el dormitorio y he tenido que echarlos a la fuerza». La 'base' es una droga de bajo costo similar al 'crack' elaborada con residuos de cocaína y procesada con ácido sulfúrico y queroseno.

Aunque, según su relato, no hay que llegar a las sustancias más duras para verse entre estas cuatro paredes, el sencillo cóctel alcohol, problemas económicos y emocionales ha llevado a dormir a cielo descubierto, por ejemplo, a prestigiosos abogados y a arquitectos. Salvador, con su Harley Davidson, con sus hijas, con su mujer, con su techo y comida caliente a diario está convencido de que «aquí es muy fácil entrar». «Si no tienes familia y te divorcias y tu mujer se queda con el piso y estás en paro... aquí te ves. Yo me lo planteo muchas veces», concluye.

Robos e intentos de suicidios «A veces han desaparecido cosas y he tenido que subir a buscarlas, he asistido a intentos de suicidio con sobredosis de metadona y suele haber peleas, pero también es verdad que, sobre todo, he tenido a muchos hombres aquí en el mostrador conmigo echando horas y horas de charla...».

La empresa de 'Salva' -como lo llaman los usuarios del centro- está autorizada y homologada por el Ministerio de Interior para ejercer este servicio de vigilancia privada, pero él, como le ocurre en tantas otras ocasiones a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, emplea más la psicología que la porra. «Un par de veces le he dado mi número de móvil a los residentes y luego me llaman muy agradecidos», rememora con pudor. El miedo es mal amigo de quien trabaja con personas al límite y el 'cabo' López ya ha aprendido que a la mínima de cambio debe marcar el 091 y no enfrentarse ni los residentes ni a los mendigos. «Algún encontronazo que otro he tenido y también me han pegado. Forma parte del oficio», explica este empleado de Levantina de Seguridad que no lleva arma.

«Anda, ábrenos la sala de estudio, que tenemos un curso y en la habitación común no podemos concentrarnos», le piden dos jóvenes con aspecto aseado que, tal y como les obliga Cáritas, están formándose para tratar de reinsertarse socialmente. Salva parece un 'segurata' blando y accede a ello. Él sabe de segundas oportunidades, darlas y recibirlas, porque precisamente llegó a trabajar a Cáritas tras quedarse en paro en el sector de la construcción. «Aprendo mucho al convivir con ellos toda la noche, es una escuela. Aquí hay mucho dolor, injusticias, padres, ancianos abandonados, enfermos mentales, alcohólicos que llegan a nosotros en unas condiciones que es imposible comunicarse con ellos», se despide el vigilante.

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