El desempleo y la precariedad son dos caras de la misma moneda.
El trabajo, y especialmente el trabajo digno o decente, es un elemento básico que construye y cimienta nuestra sociedad. Y sin embargo, ya desde antes de la crisis, parece que todo vale en el trabajo. Para la mayoría de la ciudadanía el paro y las cada vez más precarias condiciones de trabajo son una enorme preocupación. La situación del trabajo en España es dramática. En la HOAC, la Hermandad Obrera de Acción Católica, la vivimos en primera persona, la acompañamos e intentamos ser un soplo de esperanza para las personas que la viven. Es muy importante la forma en que se organiza el trabajo, ya que tiene una enorme influencia en la concepción y el modelo de persona, de familia y de sociedad que en torno a él se están construyendo. Es vital rescatar y reflexionar sobre la centralidad del trabajo, a la vista de las situaciones de desigualdad, empobrecimiento y deshumanización vinculadas a él que son habituales en nuestros días.
¿Por qué hoy el trabajo no es decente? Basta mirar a nuestro alrededor: en nuestras casas, en nuestras familias y amistades, para encontrar los distintos rostros de un trabajo que se ha precarizado. El trabajo se ha convertido en una mercancía más, se ha deshumanizado. Algunos ejemplos dolorosos: El fin de la seguridad en el empleo fijo. La temporalidad que se traduce en precariedad. Los salarios escasos que no dan para vivir con dignidad. La constante pérdida de derechos laborales y sociales. Las jornadas laborales interminables. La imposibilidad de conciliar la vida laboral y familiar. El ataque a la negociación colectiva y al sindicalismo. La existencia de trabajadores pobres. Las condiciones de trabajo que anulan o denigran a los trabajadores y a las trabajadoras, a sus familias, o les dificultan tener una vida digna. Todos estos elementos atentan contra una dimensión fundamental de la actividad humana, cuyo principal valor reside en la capacidad de hacer más humana a la persona y permitir su desarrollo.
Y nos obligan a tomar posición. Podemos continuar con unas políticas económicas y laborales favorecidas por el capitalismo salvaje imperante que generan efectos perversos y cuyas consecuencias sufren millones de personas trabajadoras. O podemos plantear unas relaciones “de amor”, que pongan en el centro a la persona, que rompan la lógica inhumana de pensar y organizar el trabajo sólo desde la rentabilidad económica, que planteen el sentido y el valor del trabajo humano más allá del empleo, que reconozcan socialmente todos los trabajos de cuidado necesarios para la vida humana, que luchen por condiciones dignas, que articulen trabajo y descanso, que defiendan los derechos sociales, y desvinculen los derechos del empleo.
Desde la Iglesia por el Trabajo Decente, nos hemos comprometido junto a otros movimientos y colectivos a compartir un espacio de diálogo para sumar sinergias en esta dirección. Queremos situar el trabajo decente en el centro de las prioridades políticas, en las agendas de las entidades sociales y en las propuestas de nuestras propias organizaciones. Que todo ello nos ayude a denunciar la dignidad herida de tantas familias trabajadoras.
El pasado viernes 7 de octubre se celebró la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, una iniciativa de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) impulsada por diversos movimientos de la sociedad civil. Entre ellos, también la Iglesia católica se suma en torno a #IglesiaporelTrabajoDecente. En el empeño por defender la dignidad de la persona en el ámbito laboral, compartimos camino con el movimiento sindical mundial. Más de 40 ciudades españolas se celebraron actos de concienciación, denuncia pública, celebraciones y gestos. Pero queda mucho por hacer. Seguimos trabajando para lograrlo.
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