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14 de diciembre de 2015

Vigilante de seguridad nocturno: «No me veo así dentro de 15 años porque acabaría con mi relación y con mi cuerpo»

Las noches son muy largas. «¡Larguísimas!», enfatiza Juan Miguel Pernía, vigilante de seguridad de 34 años. Su trabajo es velar por los talleres de Renfe en Bilbao desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. «Hay que estar en la calle, de pie, pasando frío, dando vueltas, solo, con la única compañía de la radio... Y siempre con el riesgo de que te entre gente o de que lleguen grafiteros».

Bueno, en realidad, su trabajo es evitar que eso ocurra. El problema es que cumplir con él es más penoso de lo que debería porque, a nivel general, «es raro que se cumpla la normativa que regula los servicios nocturnos». Se refiere a cuestiones como el número de personas que deben contratarse para una superficie determinada, a facilidades para hacer más llevadera la jornada o al pago de los complementos. Sabe de lo que habla porque su vida laboral ha sido esencialmente nocturna: primero en el servicio de recogida de basuras de Bilbao, luego en una fábrica de Vitoria, y desde hace ocho años en el sector de la seguridad.

– ¿Siempre ha elegido este turno?

– No. Simplemente me lo ofrecían porque nadie lo quería, y yo lo cogía. En las basuras estaba muy bien porque era más joven, de manera que lo llevaba mejor, y era una alegría tener un complemento de 400 ó 500 euros a final de mes. Ahora ya no es así. Como vigilante, la diferencia entre trabajar de día y de noche es irrisoria, de 980 euros a 1.100.

– ¿Cómo es un día normal?

Es posible que lo más duro de este empleo no sea el trabajo en sí, sino el peculiar estilo de vida al que obliga. Juan Miguel trabaja siete días seguidos, libra tres, vuelve a trabajar siete días, y libra cuatro. «Lo bueno es que los cuatro siempre caen en fin de semana».

– Cuando llego a casa de madrugada saco a mi perro, desayuno y me voy a la cama. Intento levantarme pronto, sobre las 12.00, para tener algo de vida con mi mujer antes de que ella se vaya a trabajar (entra a las 19.00 en un bar), porque cuando regresa yo ya me he ido.

– ¿Y cuando le toca descanso?

– El último día de trabajo ya no duermo por la mañana y aguanto hasta la noche para tener el horario de todo el mundo.

– Todos esos cambios, ¿no le están pasando factura?

– ¡Si ya no puedo ni ir al gimnasio! Por mucho que quiera dormir, no puedo y me levanto reventado, sin fuerzas para hacer otras cosas. El día lo dedico a estar con mi perro, a pasear. Sólo quiero tranquilidad y evitar esfuerzos físicos.

– ¿Y la vida social?

– Desde que trabajo de vigilante es muy limitada...

– ¿Se plantea cambios?

– No me veo aguantando 15 años más en este plan, porque acabaría con mi relación y con mi cuerpo.

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