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11 de mayo de 2015

SEVILLA: Tres vigilantes de Prosegur y un limpiador los primeros en llegar a los heridos del A400M junto con los dos agricultores a los que Rajoy ha elogiado como héroes

'Era un infierno': así fue el rescate del Airbus incendiado en Sevilla

«José Luis decía: 'No puedo respirar'. Se ahogaba con su sangre», recuerda uno de los improvisados rescatadores sobre el supervivente más grave, ingeniero de vuelo

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha publicado en su cuenta de Twitter una foto suya con Manuel Iglesias, uno de los dos agricultores sevillanos -el otro es Luis Hidalgo- que ayudaron en los primeros instantes a los dos supervivientes del accidente del A400M donde murieron cuatro tripulantes, y lo ha calificado de «héroe». No fueron los únicos. Hay al menos otros cuatro hombres ajenos a los equipos de emergencias que llegaron de forma prácticamente simultánea al escenario del desastre para asistir a los heridos y cuya acción y nombres, hasta ahora que EL MUNDO los ha encontrado y ha hablado con ellos, no se conocían.

Si a los dos agricultores les concediera el Gobierno la medalla al Mérito Civil, quizás habría que ampliar el círculo e incluirles a ellos, tres empleados de seguridad de Prosegur destinados en el cercano centro comercial Outlets (antiguo Factory Aeropuerto) y un trabajador de limpieza y mantenimiento de ese polígono industrial, Los Espartales, en el término de La Rinconada. Aunque afirman que sólo han hecho lo que debían. «No soy un héroe, no quiero palmaditas en el hombro, sólo hicimos lo que habría hecho cualquier persona», dice Adrián Andrade, auxiliar de seguridad de 29 años, que encontró «un auténtico infierno». Recuerda el hueso roto de la pierna de un herido «que le atravesaba la bota militar».

Ese superviviente era el ingeniero José Luis de Augusto, que tenía «una fractura en la cara que le llegaba desde la frente a la parte superior de la boca. Decía, 'no puedo respirar, no puedo respirar', por la sensación de ahogarse que sentía con su sangre», rememora el vigilante de seguridad Rafael Vizcaíno Caricol, de 39 años. Con él y con Andrade iba también el vigilante Pablo Rossi.

El accidente ha costado la vida a cuatro tripulantes (los pilotos Jaime de Gandarillas y Manu Regueiro y los ingenieros Jesualdo Martínez Ródenas y Gabriel García Prieto) y ha puesto en jaque la producción del avión militar A400M, el mayor proyecto de defensa europeo, que se ensambla en la cercana fábrica de Airbus del aeropuerto de San Pablo. Este domingo, un día después del desastre, encontramos a Ángel Arjona Muñoz, de 32 años, vecino de Brenes, en su puesto de trabajo, barriendo con una escoba y un recogedor la calle principal del polígono Los Espartales bajo el sol ardiente de las tres de la tarde. Cuenta qué hizo. «Estaba barriendo. Había visto pasar el avión antes, normal, y más tarde escuché un ruido y a los cinco minutos vi mucho humo negro [por encima de las naves industriales, que le tapaban la visión]. Cogí el coche, encontré a los dos vigilantes y un auxiliar de Prosegur, los monté y fuimos hacia el humo. Pero había una torreta caída y cables de alta tensión cortando el camino. Yo me quedé allí para avisar del peligro de los cables a las emergencias que vinieran y ellos se fueron hacia el avión».

"Los cables de alta tensión pegaban chispazos" Rafael Vizcaíno cuenta por teléfono -ayer estaba fuera de Sevilla de descanso- que rodearon la torre caída y los cables, «que pegaban chispazos en el camino», y corrieron campo a través. «Nos encontramos el avión ardiendo y una humareda impresionante». Explica que dos trabajadores del cortijo, que está a doscientos metros, habían llegado en ese momento y estaban ya ayudando al herido que estaba más cerca de la cabina, «a unos 50 metros», retirándolo unos metros más para alejarlo de las llamas. Ese herido era el mecánico de vuelo Joaquín Muñoz Anaya, con quemaduras y politraumatismos. Los dos agricultores y los tres vigilantes de Prosegur se fueron entonces a ayudar al otro superviviente, herido más grave, el ingeniero José Luis de Augusto, que yacía «en un carril a más de cien metros de la parte de atrás del avión». Lo cogieron en volandas y lo apartaron, y los rescatadores improvisados se dividieron entonces para acompañar a los heridos mientras llegaban las ambulancias y para advertir a sanitarios, bomberos, guardias y policías del riesgo de los cables, desviándolos por un camino que indicaron los agricultores.

Así ayudaron a ordenar la «caótica» situación de los primeros minutos, cuando las emergencias quedaron «bloqueadas por los cables de alta tensión». En esos primeros minutos también llegaron un ciclista que hacía deporte por allí y una pareja de guardias civiles, añade. Uno de los agricultores contó ayer en televisión que vio cómo el avión al aterrizar de emergencia chocó con la torre eléctrica y salió ardiendo. Al parecer, los supervivientes se tiraron al suelo desde la ventanilla de la cabina cuando el avión paró en tierra y, como pudieron, se arrastraron unos metros. Aunque Rafael dice que el ingeniero quizás «salió despedido» lejos del aparato, pues no comprende cómo con la pierna rota pudo moverse. No pudieron hacer nada por los otros tripulantes. «El piloto y el copiloto estaban ya muertos en sus puestos en la cabina».

El herido más grave se quejaba de que no podía respirar, sintiendo que se ahogaba con su sangre. Le hablaban para mantenerlo despierto mientras llegaba la ambulancia, recuerda Adrián Andrade: «Mis compañeros Rafael y Pablo estaban a sus lados y yo por detrás, para inmovilizarlo. Le preguntábamos, ¿cómo te llamas? 'Me llamo José Luis', ¿cómo te llamas?, 'José Luis', para que no se desmayara. ¿Cuántos ibais? 'Ocho', '¿Cuántos ibais? 'Siete' ¿Cuántos ibais? 'Seis'». Sobre el accidente ni les preguntaron ni los heridos podían articular más palabras.

«Al retirar a un herido escuché algo que explotaba detrás, chuff. Podía haberlo cogido a él o incluso a nosotros», apunta Andrade. Insiste en que sólo hicieron lo que debían. «Los mismos clientes del centro comercial me dijeron que habían visto un avión estrellarse. Hablé con mis compañeros, 'vamos para allá, si es un avión hay gente, y si hay gente, hay que echar una mano'», dice este vecino de La Puebla de Cazalla. Lamenta que no pudieran hacer nada por los cuatro muertos. Su compañero Rafael está de acuerdo: «No somos héroes, hemos hecho nuestro trabajo». Aunque ve justo «que se reconozca a todos» los que ayudaron, y precisa que, puesto que los trabajadores del cortijo ya estaban donde cayó el avión, ellos fueron entonces «los primeros en llegar del resto». No importa el orden: la pronta intervención de todos junto al avión en llamas contribuyó a que los dos supervivientes no perdieran su hilo de vida.

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