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15 de diciembre de 2014

SEVILLA: Ex-trabajadora de la seguridad privada cuenta su calvario en el mundo laboral y social

'Es deprimente, más bajo no se puede vivir'

Cuenta que ha trabajado como vigilante de seguridad en Securitas y de dependienta, y que ahora sólo tiene trabajo tres días a la semana durante cuatro horas, como limpiadora. Gana al mes 300 euros, insuficientes para alquilar nada en el mercado libre. Pero sí podría sacar de ese minisueldo una pequeña cantidad para pagar el alquiler social de un piso protegido. «El Ayuntamiento tiene 550 viviendas vacías, tengo la lista. Mi caso es muy fácil», dice, pidiendo que las saquen del albergue. «Aquí sólo hay indigentes. Más bajo no se puede vivir».

«Mi hija, de tres años, me dice. 'Mamá, ¿cuándo nos vamos a ir de aquí? Esto huele mal'. Lo absorbe todo». Raquel Pastor García, de 37 años, y su hija de tres viven desde hace tres meses y medio en el módulo para familias del albergue municipal de San Fernando, en Sevilla. Dice que llama todos los días a la secretaria de la delegada de Asuntos Sociales para preguntar cuándo ésta, Dolores de Pablo Blanco, la recibirá y cuándo, sobre todo, atenderá su petición de darle un piso de alquiler social o, en la espera, devolverla a un hostal.

Durante cuatro meses antes de que la derivaran al albergue estuvo viviendo con su hija en el hostal Bienvenido, junto a los jardines de Murillo de Sevilla, que pagaba el Ayuntamiento. Hasta allí llegó rodando en caída libre. «Vivíamos con un familiar, hasta que a los cuatro años nos desahució. Yo se lo decía a las trabajadoras sociales, que ya era mucho tiempo y nos iba a echar, pero me decían, 'no te preocupes'. Cuando nos echó, estuve cinco días durmiendo en el coche con mi hija. Le pedí ayuda a un cura de Cáritas y Cáritas nos pagó cuatro noches en un hostal junto al hotel Colón. La trabajadora social de Cáritas me dijo, 'te tienen que ver por fuerza [los servicios sociales municipales], ¡que estás en la calle! Y llevo casi seis meses».

A raíz de una carta que escribió al vicepresidente de la Junta, Diego Valderas, de IU, dice que ha hablado esta semana con ella la concejala de esta formación Josefa Medrano, que le ha comunicado que este viernes hablaría en persona con la delegada de Asuntos Sociales para pedirle que la lleven a ella y a su hija a un piso municipal para emergencias sociales. Explica Raquel Pastor que «éste no es lugar para vivir con una niña de tres años». «Esto es una pesadilla, es lo más deprimente». Se considera una familia normal y sufre teniendo que compartir edificio con hombres muy deteriorados por la vida. En la segunda planta, en el módulo familiar, hay diez apartamentos de diferentes tamaños para familias sin hogar, pero ellas son la única que habita ahora allí.

Tienen un correcto apartamento de dos habitaciones con dos camas cada una, saloncito y cocina, que paradójicamente no puede usar porque «está prohibido», incluso «subir comida». La planta de abajo se llena en cambio cada noche con decenas de personas sin techo. En ese salón comunitario han metido con la campaña de invierno, para resguardarlos del frío, a 40 indigentes más, en hamacas. El módulo familiar y la zona de usuarios individuales tienen horarios distintos de comedor, para evitar que familias con niños compartan mesa y, supuestamente, ambiente penoso con hombres enfermos de alcoholismo, drogadictos o enfermos mentales, es decir, los miserables entre los pobres, por debajo aún en en esa escala social donde familias en paro estarían un peldaño por encima.

Por ejemplo, el almuerzo para familias es a la una menos cuarto de la tarde y el general, a las dos;la cena familiar, a las ocho de la tarde;la comunitaria, a las nueve. Está prohibido, dice Raquel Pastor, que los usuarios individuales entren al comedor en el horario familiar, pero es algo que «se saltan siempre», se queja. «No quiero que mi hija se siente a comer enfrente de seis o siete usuarios que están enganchados». Reconoce que es «escrupulosa» y que a menudo le da «asco» comer allí y miedo de coger una infección.

Añade que tienen que presenciar «muchas discusiones», hombres que «escupen o vomitan» en el cuarto de baño del comedor, o que charlan ya entrada la noche a la puerta del albergue. Critica también que la comida «no es equilibrada» y que hay «monitores maleducados», aunque por otro lado reclama al Ayuntamiento, en defensa de los trabajadores, que agilice la renovación de sus contratos, que ha hecho que muchos hayan estado sin empleo «más de un mes».

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