La futura Ley de Seguridad Privada, recién aprobada por el Congreso de los Diputados ha planteado no pocas reticencias, singularmente de los sindicatos policiales aunque no solo. Y la verdad es que esconde detrás aspectos bastante inquietantes. Ahí están las discutibles atribuciones a vigilantes jurados para identificar y hasta retener ciudadanos en la vía pública. Una competencia que me parece más que discutible, que ha causado cierta alarma social. En general, extraña el amplio el papel que se otorga a las compañías privadas, en detrimento, sin duda, de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Y también, lógicamente, de los cuerpos policiales autonómicos, como la Ertzaintza y los Mossos d'Esquadra.
Era de suponer que tal aparente merma de competencias de las policías autonómicas tendría que haber soliviantado a los presidentes y altos cargos del País Vasco y de Cataluña, celosos de las atribuciones de sus cuerpos de seguridad. Pero no. Todo lo contrario. Resulta que la Ley de Seguridad Privada fue aprobada en el Congreso con los apoyos de los catalanes de CiU y los vascos del PNV.
He planteado a un gran experto en asuntos de seguridad cómo se entiende de los dos principales partidos nacionalistas, que cuentan en sus territorios con cuerpos policiales que teóricamente controlan, hayan aceptado la 'intromisión' de empresas privadas en su propio terreno. La respuesta está en que, de acuerdo con esa nueva ley, Cataluña y País Vasco van a controlar las firmas de seguridad que operen en sus demarcaciones: las van a supervisar y tutelar.
Las compañías de seguridad privada acumulan muchísima información, sobre movimientos, personas, empresas, entidades de todo tipo... Una información que, en virtud de la Ley de Seguridad Privada, pasará a manos de los gobiernos nacionalistas, que seguro que sabrán aprovecharla bien. Los partidos nacionalistas españoles siempre han mostrado una intensa inclinación hacia el espionaje. Ahí están los libros de historia. Y también acontecimientos muy recientes.
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