El vigilante de seguridad herido al tratar de evitar el robo de unas bicicletas en la Universidad de Málaga relata cómo pudo reducir al presunto ladrón, que le había golpeado con la culata en la cabeza
Había sido un día tranquilo en el campus. El trasiego de alumnos era menor de lo habitual, ya que es época de exámenes. Pedro decidió hacer una «ronda» para comprobar que todo estaba en orden. Pero no era así. Él fue el vigilante de seguridad que el martes sorprendió a un hombre cuando intentaba robar unas bicicletas en los aparcamientos de la Escuela de las Ingenierías. Lo que nunca podía imaginar es que aquel individuo fuese armado con una pistola. Y que apretara dos veces el gatillo mientras apuntaba a su cabeza.
Recuerda la hora -eran las 17.20-y la escena que vivió. Había un sujeto agazapado entre las bicicletas. «Conozco a casi todos los chavales, pero él no me sonaba de nada», cuenta Pedro (nombre ficticio), que prefiere conservar el anonimato. «Cuando me vio, se agachó un poquito más, así que me acerqué a él. Entonces se incorporó, tiró unas tenazas al suelo y trató de huir». Al ver su reacción, lo sujetó del brazo para evitar que se marchara y poder identificarlo. «Se puso de espaldas a mí para poder coger algo de la mochila que llevaba. Cuando vi que metió la mano dentro, creí que iba a coger algo para agredirme, como un cuchillo. Pero nunca imaginé que era una pistola. ¿Cómo iba a pensar que llevaba un arma así para robar una bici? Es totalmente desproporcionado», afirma el vigilante, que trabaja para la empresa Securitas Direct.
Ahí comenzó el forcejeo en el que se jugó la vida dos veces. Según relata, el individuo no llegó a girarse, sino que intentó dispararle girando el brazo. Pedro dice que trataba de apuntarle a la cara y que él, como podía, movía la cabeza hacia los lados para no ponerse en la línea de tiro. «Yo intentaba llevármelo hacia la pared, por si había algún tiro. Mi obsesión era que no hubiese una bala perdida, porque hay muchos coches y muchos chavales por el campus», asegura. El vigilante vio cómo el presunto ladrón apretaba el gatillo la primera vez, pero el arma se encasquilló y el cartucho cayó al suelo. La montó de nuevo y volvió a intentarlo, con idéntico resultado. Tenía el seguro puesto. «Entonces, me di cuenta de que no tenía más munición. Y empezó el forcejeo final. Yo intentaba llevármelo al suelo, pero él se resistía. Hizo un movimiento hacia atrás y me golpeó con el arma en la cara». Así fue como le dejó el ojo derecho amoratado y una brecha en la ceja en la que ha recibido tres puntos de sutura. «Comencé a sangrar, pero pude tirarlo al suelo. Ahí fue cuando logré arrebatarle el arma y lanzarla lejos. Y empezaron a llegar chavales», añade.
Pidió perdón Exhausto, terminó de reducirlo y engrilletarlo. Lo sentó en el capó de un coche mientras esperaba que llegara la policía. Pedro recuerda la escena: «Se puso a pedir perdón. Decía que le dolía mucho el pecho. Estaba agotado, como yo. Le abrí un poco la camisa y le pedí a una chica que me trajese agua. Cuando me vieron darle de beber, los estudiantes me decían: '¿Te iba a pegar dos tiros y le das agua?' Yo les contesté que eso no tenía nada que ver. Al fin y al cabo, es un ser humano».
Sus compañeros de seguridad llegaron en unos minutos. También la Policía Nacional, que se hizo cargo del detenido, un hombre de 38 años con antecedentes por robo al que se le imputan presuntos delitos de homicidio en grado de tentativa y tenencia ilícita de armas. Pedro, por su parte, fue trasladado al hospital. Ahora está de baja por las heridas sufridas, pero feliz por un servicio «bien hecho». Y, sobre todo, por haber vivido para contarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario