Los grafiteros que actúan en el área metropolitana de Barcelona están desatados. Ellos mismos explican que nunca resultó tan sencillo asaltar las instalaciones del administrador de infraestructuras ferroviarias (Adif) y de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB). Además, los operadores ya no se afanan tanto como antes en limpiar las pintadas. Están desbordados. Cada día es más habitual encontrarse con túneles del metro del todo redecorados, y también con trenes de la red de Rodaliespintados de lado a lado. Los convoyes, siempre en movimiento, siempre a la vista de un montón de gente, siempre fueron sus lienzos preferidos.
La magnitud que están cobrando últimamente muchas obras indica cómo crece el sentimiento de impunidad entre los miembros de este colectivocontracultural y antisistema. Sienten que tienen el control de la situación, que pueden campar libremente por hangares y subterráneos. Ya no tienen que planificar sus acciones durante semanas. No les importa toparse con guardias de seguridad, trabajadores, incluso viajeros... Su respuesta ante ellos es también cada vez más violenta.
“Nosotros no los llamamos grafiteros, son vándalos”, apunta Ricardo Ortega, responsable de seguridad del metro. Las imágenes de las cámaras de seguridad los muestran encapuchados y con barras de hierro en la mano en algunos casos. Tampoco les tiembla el pulso si tienen que echar mano de las piedras que hay en las vías o descargar los extintores en los andenes contra los agentes de seguridad privada. Sólo en Renfe se registraron el año pasado 177 agresiones en Catalunya a trabajadores de la compañía y personal de seguridad privada.
Las intrusiones con éxito en las instalaciones de TMB se han disparado un 38% en los primeros cinco meses del año. Todo apunta a que se superaran de largo los 531 ataques del año pasado. En el conjunto de los operadores españoles de transporte público creció un 50,6% en 2017 respecto al año anterior, según los datos del Observatorio de Civismo en el Transporte Ferroviario. Las compañías de transporte y los sindicatos están cada vez más preocupados por la escalada de ataques y por la violencia asociada.
Tanto TMB como Renfe, Tram y Ferrocarrils de la Generalitat (FGC) coinciden en la solución: un endurecimiento de la ley. “Es imprescindible una modificación legal”, dice Oriol Juncadella, presidente del Observatorio de Civismo. Reclaman que los ataques de las bandas de grafiteros reciban el tratamiento de delito. Actualmente son consideradas una falta de daños, de deslucimiento, sin más repercusiones penales. Juncadella defiende que “se acumulen los hechos delictivos” para que los autores de las intrusiones respondan de sus actos ante la justicia. La limpieza de cada vagón cuesta entre 3.000 y 4.000 euros.
“El grafitero se mueve por ego, pintar trenes es una exhibición, pero a ello han sumado el subidón de adrenalina que les da el destrozar todo lo que se encuentran y enfrentarse a la autoridad”, relata Ricardo Ortega, que lleva 17 años al frente de la seguridad del metro barcelonés. Además, registrar el asalto en vídeo para luego colgarlo en las redes sociales es ya para muchos tan importante como la propia pintada. Los enfrentamientos con vigilantes de seguridad del metro a cualquier hora del día se multiplican. Las quejas de los trabajadores también. Los empleados de TMB ya piensan en manifestarse si no se toman medidas contundentes contra lo que consideran una situación de “indefensión”.
La semana pasada, a plena luz del día, en la estación de metro de Badal, un encapuchado armado con un extintor provocó una estampida de docenas de viajeros. “Los ataques durante el servicio son un sabotaje y desorden público que pone en riesgo a los pasajeros”, denuncia Oriol Juncadella. Cuanto más espectacular sea la acción, más likes y corazoncitos rojos generará. Instagram es un hervidero. La cuenta de Barcelona Graff Squad suma más de 45.000 seguidores. Aquí se cuelgan cada día varias fotografías de trenes pintados. Una de las últimas es la de dos grafiteros desnudos pintando un convoy de la línea 10.
La mayor parte de los desperfectos no se producen en los trenes, sino en el camino a ellos. “Rompen rejas con sierras radiales, destrozan sistemas de seguridad, hacen butrones como si fueran a ejecutar el robo del siglo...”, relata Ortega. Tradicionalmente las crew, de este modo se conocen entre sí los grupos de grafiteros, tardaban semanas en planear sus asaltos, se hacían con planos, robaban llaves maestras... Algunos incluso se visten con uniformes parecidos para hacerse pasar por trabajadores. Entre el 2004 y el 2009 el número de intrusiones en el metro se mantenía estable. Se producían principalmente los fines de semana y los grafiteros no se enfrentaban a los empleados. “Las costumbres están cambiando mucho”, explica Kenor. Kenor es hoy día un reconocido artista de l’Hospitalet de Llobregat, un habitual de galerías de arte de París y Miami y de festivales de arte urbano de todo el planeta, pero se forjó como artista entre aerosoles de colores, en las calles de Barcelona. Conoce en profundidad los hábitos grafiteros.
“Antes, hasta no hace tanto tiempo –explica Kenor–, la gente que se dedicaba a pintar trenes a lo mejor llevaba encima una cámara Olympus, disparaba un carrete y al revelarlo, si tenía suerte, veía que había salido bien una foto. Entonces, hace unos pocos años, todo el mundo procuraba pasar desapercibido, entrar y salir sin ser visto. Las acciones se planeaban con mucho más cuidado. Ahora los chavales lo graban todo con sus teléfonos móviles, y la grabación tiene cada día más valor. Para ellos es muy importante la repercusión que sus vídeos puedan alcanzar en las redes sociales. De modo que circunstancias como aparecer encapuchados, enfrentarse a un guardia de seguridad, que todo sea muy trepidante... ganan mucho protagonismo”.
Kenor añade otros factores que explican el incremento de asaltos. “En estos momentos es más fácil que te pillen pintando en la calle que en una cochera. Además, la gente que se dedica a pintar trenes cada vez es más joven. Muchos los ves que van comprar los aerosoles y ni siquiera llegan al mostrador. Sienten que, dado que son menores de edad, no les va a pasar nada importante... Y pintar trenes genera mucha adrenalina, engancha un montón. Hay que hacerlo muy deprisa, improvisar... Muchos chavales se sienten mal, que no pintan nada en el mundo, y pintando su firma en un tren se reafirman, le dicen al mundo aquí estoy yo. Y si encima luego no los limpian, si dejan que los trenes vayan por todas partes enseñando sus letras, pues... La gente, más adelante, cuando cumple 18 años se lo piensa un poco más”.
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