En España, durante muchos siglos, la fuerza militar tenía como una de sus misiones naturales garantizar la paz interior y se encomendaba a la infantería y a la caballería la persecución de las bandas de delincuentes, contrabandistas y bandoleros. En alguna ocasión –fue a mediados del siglo XVII- tuvo que emplearse incluso artillería. En esos siglos, no había cuerpos de policía como los entendemos hoy en día, aunque sí había cuerpos locales de este estilo como, por ejemplo, laMilicia Efectiva de Valencia, los Guardas de Aragón o los Mossos d’Esquadra, creados éstos por Felipe V en 1721 para ayudar a pacificar las comarcas de Cataluña tras la Guerra de Sucesión.
Tras el final de las guerras, un fenómeno común era que individuos desertores o licenciados, habituados al uso de las armas y no sabiendo o queriendo reintegrarse a la vida cotidiana, emprendían el camino de la delincuencia rural para subsistir o para continuar su lucha. A título de ejemplo, puede recordarse que, tras la Guerra Civil que acabó oficialmente en 1939, apareció un fenómeno complejo llamado ‘maquis’ que afectó a la seguridad de muchas zonas de España y que, combatido por la Guardia Civil y el Ejército, no acabó de desaparecer hasta 1950 o 1965, según qué referencia se tome, y siempre con la duda de que hubiera degenerado en simple delincuencia común.
Regresando al siglo XVIII, las ciudades y localidades importantes podían tener, además de los regimientos y batallones del Ejército que formaban sus guarniciones, otras unidades militares de segundo y tercer nivel, llamadas Milicia Provincial y Milicia Local que, más modestamente, contribuían a la seguridad de las gentes y bienes. Lo mismo sucedía con los Inválidos Hábiles –soldados retirados por sus heridas, pero útiles- a un nivel, lógicamente, menos operativo.
Tras la Guerra de la Independencia -1814-, se organizaron militarmente la Milicia Nacional y los Voluntarios Realistas, de fuertes y opuestas motivaciones ideológicas, y sometidas, por tanto, a las intensas luchas sociales de aquel tiempo. Eran, en realidad, milicias políticas armadas cuya existencia anunció el recurso a la guerra, como ocurrió en 1833, con el inicio de la Primera Guerra Carlista. Años antes, en 1820, se había intentado la creación de un nuevo cuerpo policial llamado Salvaguardias Nacionales, pero la convulsa situación política no era la idónea para constituir una fuerza pública eficaz y, sobre todo, neutra ideológicamente hablando.
Los campos en 1844 Tras el fin de la Primera Guerra Carlista (1840), los pueblos y los campos padecían graves problemas de inseguridad y, para poner remedio a esa situación, se intentó otra fórmula. El 28 de marzo de 1844 se decretó la creación, por parte del Ministerio de la Gobernación –el precedente del Ministerio del Interior-, de un “cuerpo especial de fuerza armada de infantería y caballería, bajo la denominación de Guardias Civiles”.
Para desarrollar y cumplimentar este decreto se eligió al mariscal de campo del Ejército –general de división se diría ahora- Francisco Javier Girón y Ezpeleta, también conocido por su título nobiliario de Duque de Ahumada. Tras estudiar a fondo el proyecto, propuso importantes modificaciones sobre la idea inicial que, a su juicio, sí conseguirían un cuerpo verdaderamente eficaz en la seguridad rural. Y si no se las aceptaban, renunciaba a seguir adelante porque, a su juicio, el proyecto inicial era inviable. Sus razones debieron de ser muy sólidas, muy claras y muy contundentes ya que se procedió a refundar el nuevo cuerpo mediante el Real Decreto del 13 de mayo de 1844.
LA CARTILLA DEL GUARDIA CIVIL Como el Duque de Ahumada opinaba que “servirán más y ofrecerán más garantías de orden 5.000 hombres buenos que 15.000, no malos, sino medianos que fueran”, dotó a los guardias civiles de un exigente código ético que no ha perdido un ápice de su fuerza y, gracias al cual, la Guardia Civil adquirió muy pronto el elevado prestigio que sigue teniendo entre los españoles. Algunos de sus artículos son los siguientes:
“Artículo 1º.- El honor ha de ser la principal divisa del Guardia Civil; debe por consiguiente conservarlo sin mancha. Una vez perdido no se recobra jamás.
2º.- El Guardia Civil por su aseo, buenos modales, y reconocida honradez, ha de ser undechado de moralidad.
3º.- Las vejaciones, las malas palabras, los malos modos, nunca debe usarlos ningún individuo que vista el uniforme de este honroso Cuerpo.
4º.- Siempre fiel á su deber, sereno en el peligro, y desempeñando sus funciones con dignidad, prudencia y firmeza, será más respetado que el que con amenazas, solo consigue malquistarse con todos.
5º.- Debe ser prudente, sin debilidad, firme sin violencia, y político sin bajeza.
6º.- El Guardia Civil no debe ser temido sino de los malhechores; ni temible, sino á los enemigos del orden. Procurará ser siempre un pronóstico feliz para el afligido, y que a su presentación el que se creía cercado de asesinos, se vea libre de ellos; el que tenía su casa presa de las llamas, considere el incendio apagado; el que veía a su hijo arrastrado por la corriente de las aguas, lo crea salvado; y por último, siempre debe velar por la propiedad y seguridad de todos.
(…)18.- Sus primeras armas deben ser la persuasión y la fuerza moral, recurriendo solo á las que lleve consigo cuando se vea ofendido por otras, ó sus palabras no hayan bastado. En este caso dejará siempre bien puesto el honor de las que la Reina le ha entregado.”
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